¿CÓMO
SE INICIA UNA GUERRA?
Hoy
con el enorme avance tecnológico en las comunicaciones, por medio de los
distintos medios escritos, radiales, televisivos o informáticos, podemos ver los
horrores de las guerras en vivo y en directo. Podríamos decir que casi nos
estamos acostumbrando a convivir con el sufrimiento de muchos pueblos del mundo
ocasionados por las contiendas bélicas y terroristas, cosa que quizás nos
insensibiliza con esta brutal realidad que padecen estos hermanos y hermanas
nuestros. En muchas ocasiones a estas verdaderas masacres humanas nos las
disfrazan de “daños colaterales”, contemplamos así atónitos las imágenes del
bombardeo de un hospital, una escuela o una población civil.
Pero a
pesar de todo esto las guerras no son un invento del siglo XXI, si recorremos
la historia de la humanidad podremos comprobar que las desavenencias entre los
pueblos y naciones existen desde que el ser humano habitó en la tierra. Así nos
vamos enterando de las sangrientas batallas que llevaron a cabo distintos
imperios para conquistar territorios y someter a sus poblaciones, siempre de
una manera brutal e inhumana, cuyo objetivo fue, es y será económico, ya sea
para apropiarse de tierras o recursos naturales y por supuesto el sometimiento
a la esclavitud (mano de obra barata) de los pueblos conquistados.
Quizás
a algunos nos resulta inexplicable como con tanto progreso científico y
cultural que ha efectuado la humanidad a través de tantos años de existencia,
aún hoy no hemos logrado convivir pacíficamente. Los conflictos no siempre son
a escala de enfrentamientos entre países, podemos observar cotidianamente como
se dan los mismos dentro de nuestra propia familia, en el barrio, en las
diversas instituciones sociales, etc. ¿Acaso la raza humana ha sido creada para
la enemistad y la pelea?
El
profesor del Colegio Mundo Montessori, Pablo Lipnizky decía en ese sentido: “Todo
el mundo habla de la paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la
competencia y la competencia es el principio de cualquier guerra”. En eso
tiene razón porque todos los días escuchamos y pronunciamos frases como:
“Estudiar para hacer alguien en la vida”. Entonces hay que estudiar para pasar
el examen, hay que realizar la tarea para obtener buena nota, hay que
memorizarse conceptos para pasar de grado… Y así, los alumnos realizan
actividades sin interés propio, se convierten en números, en calificaciones, en
estadísticas.
El
investigador de neuropedagogía Carlos Jiménez, afirma que las escuelas y los
colegios de América Latina no son más que espacio de tedio y aburrimiento
porque son lugares de adiestramiento, donde los niños aprenden a formarse en un
determinado sitio inmediatamente después de que suena un timbre.
En
Atenas, los colegios eran lugares de reflexión y diálogo. Sin embargo, entre el
siglo XVIII y XIX en Prusia, durante el despotismo ilustrado se creó el
concepto de educación pública, gratuita y obligatoria. Dicho modelo fomentaba
la disciplina, la obediencia y el régimen autoritario, para así formar pueblos
dóciles y obedientes que fueran capaces de enfrentar la guerra. Pero elevaba la
bandera de la igualdad aunque su objetivo fuera mantener la división de clases
existentes.
Por
otro lado, la competencia que se genera entre los alumnos alimenta la
desigualdad. Nacen ganadores y perdedores. Hay premios y castigos. Los niños
entran en una guerra continua donde olvidan los valores humanos aprendidos.
Consideramos
que debe haber un equilibrio entre la libertad del alumno y la autoridad del
profesor. Pues no es necesario que todos quieran y hagan lo mismo de buena manera,
porque se generaría una escolarización lineal que no individualiza y exige de
más provocando estrés y fastidio.
Decía
Aristóteles, “Lo que tenemos que aprender, lo
aprendemos haciendo”.
El
proceso de aprendizaje debe disfrutarse y desarrollarse por propia voluntad y
curiosidad. El profesor tiene la tarea de señalarle al alumno diversas
situaciones, pero es el alumno quien elige y se autocorrige si comete algún
error. Pues de ser diferente se generarían robots con objetivos que hacen
énfasis en resultados precisos.
Debemos
intentar generar una educación centrada en el amor, el respeto, la libertad y
el aprendizaje. Pues la educación tradicional actual se caracteriza por ser
estática, sin movimiento, no busca otro desarrollo, sino centrarse en seguir planes
y programas; es una educación donde el profesor es la figura, y el conocimiento
solamente se reproduce, imita y repite.
Los
periodistas como docentes deberían reflexionar sobre este tema y preguntarse si
están haciendo lo correcto en el ámbito en que se desenvuelven.
Competencia
y discriminación.
En la
medida en que vamos practicando la competencia con el otro o los otros,
paralelamente vamos desarrollando un espíritu discriminador que va agigantando
la brecha con nuestro prójimo, viendo en el otro no a un hermano sino a un
competidor. Esto se da tanto en el ámbito educacional, profesional e
ideológico.
Estos dos
elementos perturbadores de la convivencia pacífica donde el respeto hacia los
demás se va convirtiendo en una rivalidad teñida de fanatismo, hace que se
empiecen a visibilizar distintos conflictos sociales que van formando una horda
salvaje de individuos que puede no tener límites en sus consecuencias. Como
ejemplo palpable y conocido por casi la totalidad de la sociedad, podemos citar
al deporte en su conjunto, donde al igual de lo que comentamos más arriba
respecto a la educación: hay que entrenar para pasar a la otra ronda, hay que
realizar la tarea para obtener un buen resultado, etc.
La
actividad deportiva trasciende al deporte en sí, y vemos la aparición de “las
barras bravas” y otras expresiones del fanatismo, siempre ligado a la
competitividad a la que se agrega el factor de beneficio económico.
También es
cotidiano escuchar la discriminación que tenemos hacia aquellos que son
distintos a nosotros, sea por el color de su piel, su nacionalidad o su nivel
económico. Hasta donde somos discriminadores que en nuestra propia carta magna,
la Constitución Nacional tenemos un artículo, el 25, que reza: “El gobierno
federal fomentará la inmigración europea; y.………..”. Artículo original del texto
de 1853 y, después de 141 años se mantuvo igual en la reforma de 1994.
Esta nota
quiere ser una simple reflexión sobre los conflictos en la sociedad, su
violencia y las consecuencias que acarrea para la humanidad en su conjunto. No
olvidemos que para que haya guerra debe existir un enemigo y a ese enemigo hay
que odiarlo para poder combatirlo, así vemos como se demoniza a grupos, países,
etc. y las artimañas mediáticas, políticas y culturales que se utilizan para
inculcar el odio al que nos llevan la competencia y la discriminación.
Analicemos
lo peligroso que es la frase pronunciada por la ministra de seguridad de la
Nación respecto al reciente conflicto con los pueblos originarios del sur: “El
conflicto lo debemos resolver entre los argentinos y los mapuches”, ya
estamos visualizando un antagonista distinto a nosotros, ya vamos creando las
bases para considerarlo un enemigo, qué pena desperdiciar la democracia de esta
manera.
Hasta el
próximo número.
La Dirección
No hay comentarios:
Publicar un comentario