LO QUE LA
CATEQUESIS NO NOS CONTÓ (1)
Se acerca la Navidad, como todos los años nos aprestamos a
conmemorar ese día el nacimiento de Jesús. ¿Nos detuvimos alguna vez a pensar
sobre la importancia de este acontecimiento? ¿Quién era ese niño que según
dicen nació en un pesebre? ¿Por qué los primeros en ir a visitarlo, según el
relato bíblico, fueron los humildes pastores, personas que para la sociedad de
esa época estaban en una escala social de la más baja? ¿Por qué los poderosos
de entonces, encarnados en Herodes, lo buscaban para matarlo?
Creo que la respuesta a estos interrogantes debemos buscarlos en
las enseñanzas, el ejemplo y en especial su mensaje, esa sabiduría que nos dejó
a quienes creemos en Él y nos consideramos sus seguidores.
Ustedes se preguntarán a que se debe el título de esta nota, los
que hemos sido catecúmenos dentro de las religiones denominadas cristianas,
adquirimos conocimientos que conducen a la práctica religiosa de cada una de
ellas. En el caso de la católica hemos conocido los preceptos, obligaciones
sine qua non no seríamos perfectos fieles practicantes. Por supuesto que ello
nos trajo en mayor o menor medida algunas consecuencias traumáticas y
sentimiento de culpa, por ejemplo, quién no recuerda cuando niño el drama que
significaba no concurrir a la misa del domingo y quedar acomplejado por el
peligro de irse al infierno.
Sin embargo, la mayoría de nosotros no se enteró por esta vía de la catequesis de las grandes enseñanzas del Nazareno, su prédica permanente a favor de los más pobres y desposeídos, su rechazo hacia las riquezas y el poder civil y religioso. La Iglesia es muy rica en iluminar a sus fieles por medio de muchos documentos sociales pero que no salen a luz salvo por inquietud casi podríamos decir personal de los interesados. Tal el caso de la Doctrina Social que nos brinda pautas profundas y claras sobre el comportamiento que deberíamos tener los cristianos frente a las injusticias del mundo, en especial la distribución equitativa de la riqueza. Por ello decidimos en varias entregas visibilizar las mismas desde nuestra humilde columna. Iniciaremos esta oportunidad con un resumen mimeografiado en el año 1985 sobre La deuda externa latinoamericana, y el Año de gracia bíblico, realizado por María y J. Ignacio López Vigil:
“Perdónanos nuestras deudas…”
Entre las leyes de la justicia social que dio Moisés al pueblo de
Israel hay una muy novedosa, es el “Año de gracia” o “Año sabático”, que
también se conocía como “Año de jubileo” porque se anunciaba al pueblo tocando
un cuerno llamado en hebreo “jobel”.
El “Año de gracia” consistía en conceder cada siete años un año de
respiro a la tierra y a los siervos que la trabajaban (Ex 21,1-11 y 23, 10-11).
En el código deuteronómico se completó esta ley con la obligación
de eliminar todas las deudas contraídas durante los 6 años anteriores al “Año
de gracia” (Dt 15,1-9).
El “Año de gracia” se propuso al pueblo de Israel para restaurar
cada cierto tiempo el orden querido por Dios:
Sin acumulación de tierras (Lv 25,23-31).
Sin siervos y sin amos (Lv 25,34-55)
Sin deudas eternas
Sin que a nadie le faltara lo que a otro le sobraba.
A la vuelta del destierro de Babilonia se hizo una codificación definitiva de las leyes en el libro de Levítico y para hacer menos difícil la ley del “Año de gracia” el plazo se amplió de 7 años a ciclos de 50 años (Lv 25,8-18)
Desde entonces, el “Año de gracia”, se celebraba cada 50 años.
La anulación de las deudas en la Biblia como un imperativo de
justicia para impedir la acumulación de unos y el empobrecimiento de otros.
Según la ley de Moisés, los préstamos que se hicieran entre los
israelitas no debían pagar intereses (Ex 22,24).
La palabra “interés” en hebreo es “reshek” y significa “mordisco”.
Y es que el interés se veía como un pecado, un aprovecharse de la necesidad del
pobre.
Inspirado en la tradición bíblica, el cristianismo consideró
inmoral el préstamo a interés hasta el siglo XVII. La usura y cualquier tipo de
interés fueron duramente condenados durante siglos en nombre de Dios.
Cuando Jesús, en la sinagoga de Nazaret, lanza su primer discurso
público, leyó en el pergamino el capítulo donde el profeta Isaías habla de la
cancelación de las deudas, del “Año de gracia”.
“El espíritu del Señor está sobre mi / porque me ha consagrado /
para llevar la buena noticia a los pobres. / Me ha enviado a anunciar la
libertad de los presos / y dejar ver el sol a los que están en prisiones / y a
liberar a todos los oprimidos / y proclamar el Año de gracia del Señor”. (Lc
4,18-19).
Jesús actualiza la antigua ley mosaica: este Año de gracia debe
cumplirse hoy. No es para mañana ni para la vida eterna. La buena noticia a los
pobres es que van a dejar de serlo.
Jesús universaliza la ley. Ya no se restringe, como antes, a los
compatriotas, sino a todos los hombres, sin distinción de nacionales y
extranjeros. Para Dios nadie es extranjero.
La propuesta global de Jesús es la igualdad de todos ante Dios.
Esta igualdad moral se apoya, por supuesto, en la igualdad económica. No hay
divorcio posible entre lo espiritual y lo material. El “Año de gracia” fue el
mecanismo de control contra la acumulación de las riquezas. Jesús no sólo lo
proclamó, sino que lo llevó a la práctica con su primer grupo de amigos. Y lo
exigió a cualquiera que quisiera venir con él (Mt 19,16-30).
Esta propuesta la entendió perfectamente la primera comunidad de
Jerusalem. Incluso, fueron más lejos. Ya no hablaban del “Año de gracia”
porque, sencillamente, habían superado el mismo modelo económico basado en las
compras y en las ventas. Habían abandonado el sistema de propiedad privada:
“Todos los creyentes vivían unidos / y tenían todo en común. /
Vendían sus posesiones y sus bienes / y repartían el precio entre todos, /
según la necesidad de cada uno” (Hch 2,44-45).
Esta forma comunitaria la habían aprendido, desde luego, del mismo
Jesús. Con él anduvieron algunos años compartiéndolo todo, sin disociar la
hermandad espiritual de la económica.
La Iglesia asumió la tradición del “Año de gracia” pero en el
transcurso de los años se fue “espiritualizando” y perdiendo todo su sentido
económico y profundamente humano. Las “deudas a perdonarse” pasaron a ser las
del alma, los pecados interiores. La fe fue perdiendo relación con las
actitudes reales de justicia y de solidaridad. Se inventaron las
“indulgencias”, especie de amortización con la que los fieles podían ir pagando
su siempre creciente deuda externa-espiritual. En una especie de parodia de la
ley mosaica y cristiana, los fieles debían acudir a Roma para cumplir con el
“Año de gracia” o “jubileo” y así obtener sus indulgencias y pagar sus
limosnas.
Aún actualmente se sigue abriendo y cerrando en Roma la llamada
“Puerta Santa” cada 50 años para dar inicio al “Año de gracia” o “jubileo”
espiritualizado.
Dios no quiere que la deuda externa sea eterna.
Amigos, amigas despojémonos de la pesada carga que da la
acumulación material y con la humidad de aquellos milenarios pastores,
acerquémonos al modesto pesebre de Belén y recibamos con humildad y con gozo
esperanzado a quien nos vino a liberar de todas nuestras opresiones.
¡ F E L I Z N A V I D A D
¡
Nicolás Salcito
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completa en: www.haciendocamino.com.ar/hc-164.pdf
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