ESPÍRITU
NAVIDEÑO
Tradicionalmente la
celebración de la Navidad ha sido, y sigue siéndolo, un encuentro familiar. Que
hermoso sería si en esta oportunidad podríamos reunirnos para su celebración en
el hogar inmenso de la Patria, para ello deberíamos tener un vínculo de unión
que nos permita reconocernos como hermanos y hermanas: ideales semejantes y
compartir los mismos amores, aceptando como premisa que la Patria es el otro/a
y entonces la felicidad de la Navidad se convertiría en ese Espíritu Navideño
que con mucho fervor anida en nuestros corazones mientras dura la celebración.
Por eso nos regocijamos y nos
alegramos en la fiesta de la Nochebuena. Hace más de veintiún siglos Dios
eligió a los humildes pastores de Belén para anunciar el advenimiento de la paz a los hombres de buena voluntad. Sobre aquél mensaje, los hombres de mala voluntad han
acumulado veintiún siglos de guerras, crímenes, explotación y miseria,
precisamente a costa del dolor y de la sangre de los pueblos humildes de la
tierra. Para poder disfrutar el Espíritu de la Navidad, debemos imitar la
humildad de aquellos pastores del Evangelio.
Salvando las distancias y
remedando el cántico antiguo, podríamos decir que Dios ha hecho grandes cosas
entre nosotros, deshaciendo la ambición del corazón de los soberbios/as,
derribando de su trono a los poderosos/as, ensalzando a los humildes y colmando
de bienes a los pobres.
Por eso la Nochebuena nos
embarga el corazón con la armonía de sus encantos prodigiosos, porque la
Nochebuena es nuestra, es la noche de la humildad, la noche de la justicia.
Esta noche también sentimos
que empieza ya a morir el año que termina. Por eso nos gusta rememorar las
alegrías y las penas que nos trajo sobre el hombro de sus días, de sus semanas,
de sus meses, especialmente en los tiempos de pandemia, y hasta los dolores ya
sobrepasados nos parecen esta noche menos
amargos. Acaso, precisamente, porque ya son recuerdos.
Que hermoso sería que nos
sintamos felices porque en el seno de la gran familia argentina que formamos,
todos/as nos reconozcamos hijos/as iguales de la misma Patria, con los mismos
derechos y los mismos deberes, solamente así podremos abrir nuestro corazón a
la palabra ardiente del amor y comprender el verdadero sentido de la
fraternidad.
Sentimos la necesidad de
decirle a los hombres y mujeres del mundo el sencillo secreto de nuestra
felicidad, que consiste en poner la buena voluntad de todos/as para que reinen
la justicia y el amor. Primero la justicia, que es algo así como el pedestal
para el amor.
No puede haber amor donde hay
explotadores y explotados. No puede haber amor donde hay oligarquías dominantes
llenas de privilegios y pueblos desposeídos y miserables. Porque nunca los
explotadores pudieron ser ni sentirse hermanos de sus explotados y ninguna
oligarquía pudo darse con ningún pueblo el abrazo sincero de la fraternidad.
El día del amor y la paz
llegará cuando la justicia barra de la faz de la tierra a la raza de
explotadores y de los privilegiados, y se cumplan inexorablemente las
realidades del antiguo mensaje de Belén, renovado con la lucha cotidiana de los
humildes para defender sus derechos y adquirir cada vez más una justa y
equitativa distribución de la riqueza.
¿PUEDE EL ESPÍRITU NAVIDEÑO EXTENDERSE DURANTE EL RESTO DEL AÑO?