Evita,
eterna abanderada de los humildes
Por
Oscar A. Salcito
El 26 de julio se cumple un nuevo aniversario
del paso a la inmortalidad de María Eva Duarte de Perón, Evita para todos los
descamisados. La figura de esta mujer ha trascendido no solo los límites del
Peronismo y del país, sino que se ha insertado en el mundo como símbolo de
lucha de las clases más humildes y necesitadas.
Queremos homenajearla trayendo a la memoria
su última carta a Juan Domingo Perón, escrita el 4 de junio de 1952, próxima ya
la hora de su partida. Su estado de debilidad es tal, que tras el
encabezamiento, debe dictarla a una de sus secretarias, haciendo luego de puño
y letra, el cierre de la misma. En el inicio menciona “En este día jubiloso
para los humildes”, se refiere a la aparición política de aquel Coronel que el
4 de junio de 1943 participó del derrocamiento del presidente Ramón S.
Castillo, quien estaba dispuesto a continuar con la era del fraude con la
imposición de una fórmula encabezada por el terrateniente del norte, Robustiano
Patrón Costa.
Señor
General Juan D. Perón
Mi siempre
querido viejito:
En este día jubiloso para los humildes, para
el pueblo, para tus descamisados de las horas amargas y de los días felices; en
este día de gloria para la Patria justa que soñaste y realizaste con tan
acendrado amor, he querido materializar en alguna forma toda mi gratitud de
mujer humilde de tu pueblo, a la que quisiste con generosidad otorgarle el
singular privilegio de compartir a tu lado tus luchas y tus sueños de patriota.
Tú sabes que a ese privilegio respondí
haciendo de mi vida una llama que ardió en una vigilia permanente, sin descanso
y con alegría, para restañar en la carne y en el corazón de los humildes, -como
tú lo querías- las heridas que les abrió la despiadada e inhumana garra de la
injusticia y la explotación.
Velé constantemente a tu lado y en mi afán
de protegerte contra la infamia, la traición y la maledicencia, me ofrecí yo
misma como blanco de sus dardos. Ellos no sabrán nunca cuanta alegría me
proporcionaron cada vez que me herían, porque no te herían a ti.
No sé
si habré llegado a hacerlo como tú lo merecías; pero sí puedo asegurarte que lo
hice con todas las fuerzas de mi alma, de mi corazón y de mi sangre. Evita no
reservó para ella ni una sola gota de su vida. Toda fue para ti, y por ti para
tu pueblo.
En esa dura batalla de todos los minutos
debimos sacrificar la tranquilidad y la naturales y legítimas satisfacciones
propias de todo hogar.
Había soñado que algún día -al igual que
todos los hombres y mujeres buenos y sencillos- tuviéramos un hogar que fuera
únicamente nuestro, para que en la
intimidad de su calor, dedicarte solamente a ti todos mis minutos, rodeándote
de todos mis cuidados y de todo mi amor de esposa y compañera.
Para eso hice esta casa en Belgrano y fui
con todo cariño ordenando y preparando hasta su último rincón, hasta el más
íntimo detalle, para que en cada uno de ellos se advirtiera la tibieza y la
intimidad de hogar con que quería rodearte.
Una vez más no ha podido ser y otra vez has
tenido que sacrificar todo lo que es nuestro a lo que es de todos la Patria y
el pueblo.
Pero quiero que esta casa nos pertenezca a
los dos -como es nuestra en espíritu- y sea tuya como todo lo que es mío. Que
esté a tu nombre, porque tú eres el Jefe y cabeza de nuestro hogar. Que no
pueda pasar a otras manos que no sean las tuyas, porque así será siempre única
y absolutamente nuestra.
Ella algún día será nuestro hogar; el hogar
que siempre anhelamos y en ella será feliz mi corazón rodeándote de ternura y
de cuidados.
Muchos pero muchos besos de mi corazón.
Eva Perón
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