EL INDIVIDUALISMO COMO
SOSTÉN DEL NEO-LIBERALISMO
Luego de las elecciones, a medida que vamos
caminando por nuestras calles, visitando a amigos y familiares, nos es difícil
de entender como un trabajador, alguien sumido en la pobreza, inclusive algunos
indigentes, hayan apoyado a la derecha votando a sus candidatos. Pero a medida
que vamos cambiando opiniones con estas personas descubrimos una serie de
frases hechas que hasta podemos considerarlas como denominador común en la
mayoría de los casos. Por ejemplo: “con todos los gobiernos yo tuve que
levantarme a la mañana para ir a trabajar”, “lo poco o lo mucho que tengo lo
hice con mi esfuerzo”; y algunas todavía más tenebrosas como: “no habría que
votar más, total siempre hay que laburar” o una peor; “yo con los militares
estaba mejor, estaba ‘limpio’ así que a mí no me pasó nada”.
Notamos que este individualismo expresado por
nuestros interlocutores contiene una enorme carga de egoísmo que los lleva a
pensar y obrar con independencia de la existencia de los demás, con un
inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace que se atienda el propio
interés, sin cuidarse ni pensar en los otros que nos rodean.
Precisamente esta mentalidad no es fruto de un
pensamiento racional de los individuos, sino que se va formando a través de la
educación y sobre todo a la poderosa influencia de los medios que por medio de
las publicidades van formando un estilo de vida de “ganadores” y por
consiguiente de “perdedores” que son aquellos que no logran el nivel estipulado
por el anuncio.
Hasta no hace mucho tiempo los gremios y
sindicalistas luchaban por conseguir y mantener conquistas esenciales para el
trabajador: sueldo decente, seguridad en el empleo, derechos sindicales, etc.,
hoy vemos que al acceder al mercado laboral, en especial los jóvenes, los
trabajadores se sienten conminados a afrontar la relación laboral de una manera
individual; sólo su esfuerzo y preparación los hará obtener beneficios en un
mundo competitivo. Estas relaciones de una buena parte de este universo de
personas están basadas en el miedo, tanto al despido como al empresario. Muy
pocos trabajadores temporales expresan sentimiento de solidaridad con sus
colegas, entre ellos hay un sentido de competencia y desconfianza, condicionado
por las escasas posibilidades de un empleo permanente. Con respecto a los
trabajadores fijos, hay una mezcla de envidia y resentimiento a partir del
hecho de que se ocupan de sus propios intereses y tienen empleo protegido.
¿Cómo llega el neo-liberalismo?
Aprovechando el incipiente clima
favorable a sus postulados, y la crisis del Estado Social que se vivía en un
Occidente sumido en la deflación, el neoliberalismo bajó de los pupitres de las
aulas universitarias y de las torres de marfil de sus pensadores para
materializarse en la política. Los detentadores del gran capital vieron en los
inicios de los 70 cómo una nueva mentalidad podía abrirse paso y dar cobertura
a sus intereses, justificando un relanzamiento del proceso de acumulación
capitalista y erosionando al mismo tiempo los pilares redistributivos en los
que se asentaba el bienestar de las mayorías sociales. Y no dudaron en
financiar y expandir el cambio a través del sistema educativo.
Las consecuencias de aquel viraje se
proyectan, auto-reproduciéndose con mayor virulencia, en la actualidad. Los
fundamentos filosóficos en los que los autores neoliberales intentan sostener
sus teorías se recrean en el individualismo metodológico, en la inexistencia de
valores supraindividuales capaces de articular mecanismos de solidaridad, en la
consideración del ser humano como un sujeto racional, maximizador de los
beneficios y egoísta. La fraternidad o la solidaridad, en la que se asientan
los valores democráticos, no tienen cabida en el nuevo “homo economicus”. El Estado
cobra aquí un papel determinante, pues al contrario de lo que se suele pensar,
el neoliberalismo no pretende su extinción o reducción mínima al absurdo, sino
su transformación para que sea más funcional a los intereses del mercado. No es
de extrañar la apuesta constante y ya cansina por situar la figura del
“emprendedor”, que recoge en sí todo el ideario neoliberal (“una persona hecha
empresa a sí misma”), en la centralidad de las políticas públicas y del
discurso político. Porque el neoliberalismo es también, y ante todo, discurso.
La aplicación de modelos de mercado a todos los aspectos de la vida, incluida
el matrimonio y la muerte.
Recuperar el humanismo para superar
el ideal neo-liberal
Una nueva concepción de la naturaleza
humana se ha puesto en marcha, y su virtualidad opera desde el mismo corazón de
nuestros sistemas políticos. La pregunta que surge inevitablemente es: ¿cómo
combatirla y superarla?
Desde el economicismo se hace difícil. Precisamente
ese es el campo natural del neo-liberalismo, allí es donde se siente más a
gusto.
Se hace necesario pues utilizar los
mismos instrumentos con los que el neoliberalismo acabó triunfando en la
sociedad. La educación y la cultura, como medios a través de los cuales
difundir una nueva mentalidad, más humana y menos mercantilista, más fraterna y
menos económica. La valoración del ser humano como fin y no como medio puede
ser mayor obstáculo para la hegemonía neoliberal que concretos (y también
necesarios) “triunfos” programáticos. Superar el discurso de la competitividad
y la eficiencia no desde sus parámetros de análisis, sino desde un humanismo
renovado que los rechace y aparte por completo. No somos mercancía, no somos
contabilidad.
Un renovado humanismo que debe darse
a través del recuerdo de nuestro pasado, del conocimiento pausado del inmenso
legado del que somos portadores. Lejos de la volatilidad de la información, de
la liquidez permanente del cambio por el cambio, de la banalización del saber
por culpa de la facilidad de su acceso y de las nuevas metodologías
posmodernas, recuperemos la escuela y la Universidad como motores de cambio,
como espacios de desconexión donde el neoliberalismo no pueda entrar con la
deshumanización de su propia trivialidad. Con ello, la vía política y económica
quedaría expedita para una transformación más profunda y cada vez, más
necesaria. Parece utópico un cambio tan rotundo de paradigma en nuestra
cultura, y lo es. Por eso vale la pena intentarlo.
Nicolás Salcito
Fuentes consultadas:
Publicaciones de Gabriel Moreno González.
Informe ¿Qué ha pasado en España? De James Petras.
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