domingo, 25 de octubre de 2020

EDITORIAL DE HACIENDO CAMINO DE OCTUBRE

 EXCESO DE CODICIAS

 “En Sao Miguel Paulista dos hombres reclaman,

con el título póstumo de su sangre extendida,

la tierra que les hurta el latifundio,

la casa que les niega la ciudad sitiada, exceso de codicias.”

Estos versos que integran el poema Salmos de abril en Sao Paulo del libro El tiempo y la espera del recientemente fallecido Obispo Pedro Casaldáliga, inspiraron el título de esta nota. Si bien en su propia denominación la codicia expresa el afán desmedido de una persona por tener riquezas y bienes, esta manifestación poética “exceso de codicias” le da un complemento que refuerza la gravedad de esta verdadera pandemia de la humanidad que sumerge al ser humano en una aterradora bajeza espiritual. En la codicia, la gente ambiciona tener más de lo que necesita para vivir. De allí que pueda llevar a las personas a tener conductas al margen de la moralidad y la legalidad.

Sin embargo, esto no significa que cualquier anhelo de posesiones materiales sea necesariamente codicia, pues tener y acumular bienes es algo positivo. Lo que hace que la codicia sea negativa es el hambre excesivo e insaciable de posesiones, donde no se tiene moderación ni miramientos con los demás.

Codicia y avaricia son términos relativamente sinónimos. Ambos hacen referencia al ansia de una persona por poseer todas las riquezas, bienes y propiedades posibles. Sin embargo, se diferencian en que, mientras que en la avaricia este anhelo de posesiones viene aunado al deseo de conservarlas y de no gastarlas, en la codicia no hay necesariamente afán por mantener las posesiones, apenas por tenerlas sin medida alguna.

La codicia y la avaricia generan deslealtad, traición deliberada -especialmente para el beneficio personal- como es el caso de dejarse sobornar o exigir la recompensa ilícita antes de que los hechos se produzcan.

De hecho, en el cristianismo se considera a la avaricia, y ésta arrastra a la codicia, como uno de los pecados capitales, pues es un pecado de exceso. Por esta razón, la codicia es lo opuesto a virtudes como la generosidad, la solidaridad o el comedimiento.

¿Qué significa ser una persona codiciosa? Se ha definido como un afán excesivo de riquezas, como un deseo voraz y vehemente de algunas cosas buenas, no solo de dinero o riquezas. Lo que más caracteriza al codicioso es un interés propio, un egoísmo que nunca se consigue satisfacer. ...

Para el codicioso, suficiente nunca es suficiente. 

Para redondear la idea, podemos decir que los llamados pecados capitales corresponden a la clasificación de los vicios o deseos del hombre en las enseñanzas del cristianismo. Los mismos reciben el adjetivo de “capitales” porque constituyen la fuente, principio o “cabeza” de otros pecados. Esto significa que la compulsión por los pecados capitales tienta a las personas a satisfacer su deseo a toda costa, lo que implica cometer otros pecados para lograrlos. En este sentido, quien es movido por los mismos se deshumaniza y deshumaniza a los otros y otras al reducirlos a meros obstáculos de su deseo o instrumentos de su voluntad.

Para meternos un poco en nuestra realidad, podemos observar como los sectores más poderosos de nuestra economía, se niegan sistemáticamente a distribuir en la sociedad parte de las grandes ganancias que les proporcionan sus capitales, en muchas ocasiones vemos como la codicia y la avaricia, según definimos más arriba, van alegremente de la mano en estas actitudes carentes de todo espíritu solidario.

Escuchamos que los productores de granos acumulan sus cosechas en silos bolsa y reiteradamente se niegan a exportarlos esperando que la cotización de los mismos sea de su agrado y le redunde mayores beneficios, sin tener en cuenta que la sociedad en su conjunto también necesita que esa comercialización se efectúe para que también el famoso “derrame” se extienda a toda la comunidad.

Otro ejemplo lo tenemos en las opiniones sobre el proyecto de ley para gravar a las grandes fortunas con un aporte solidario por única vez, y lo que es difícil de entender no es la postura que tienen precisamente los grandes millonarios codiciosos y avaros, sino todo el séquito de amanuenses que se oponen al proyecto que en numerosos casos son trabajadores o carenciados. Desconociendo que ese aporte facilitaría al Estado la subvención a los sectores que hoy están sufriendo las consecuencias económicas del campo arrasado que dejó el gobierno anterior y amplificado por la pandemia que hoy asola al planeta.



Una mentalidad que se impone

La mentalidad tecnoeconómica y consumista ha colonizado espacios de la vida cotidiana que no dependen del intercambio comercial.

Se ha infiltrado en las relaciones familiares, en la política, en la religión, en la educación, en el tiempo libre y la vida espiritual. Para cada vez más personas, los valores importantes son la rentabilidad, la productividad, el beneficio personal y la inmediatez.


Teología de la prosperidad: el evangelio de la avaricia


La lógica funcional e instrumental transforma también los modos de vivir la fe y de expresar la religiosidad. En esta lógica se ofrece un dios a medida de los consumidores desesperados por soluciones mágicas que “tienen su precio”.

Se valora a las personas y al dios de turno por su eficacia, utilidad y funcionalidad. Así se degeneran los vínculos entre las personas y dentro de la misma religión.

Existe así un terreno fértil para que las sectas que ofrecen prosperidad material sean las “Iglesias” más exitosas y se presenten como las portadoras de la mayor “unción” o las más bendecidas y elegidas por Dios para el tiempo presente.

En contextos críticos a nivel social y económico, donde la población es más vulnerable y desea afanosamente un estilo de vida impuesto e inventado artificialmente por el mercado, se comprende que las masas de personas sumergidas en la angustia, la desesperación y la falta de recursos, sean impulsadas a sacrificar lo que sea para alcanzar “las promesas de Dios”.

Entregarlo todo con la esperanza de ser ricos y poderosos mágicamente, o al menos para salir instantáneamente de su apremiante situación.

¿Ser pobre es pecado?

Si bien en sus orígenes la teología de la prosperidad sostuvo que la bendición de Dios es también económica, y fue defendida por pastores del neopentecostalismo norteamericano de los años 50 y 60, y todavía está presente en varias iglesias pentecostales, era algo inocuo comparada con la evolución aberrante que ha tomado esta corriente en las últimas dos décadas.

Prédicas abiertamente materialistas que señalan la avaricia como un camino de santidad, donde enseñan sin escrúpulos: “Dios es tu socio, si quieres ganar más dinero, tendrás que invertirlo todo aquí”, “ser pobre es pecado”, “si usted confiesa que es próspero, usted no será más pobre”, “Jesús quiere que usted sea rico y para eso usted debe sacrificarse por él”, “Si un mafioso se mueve en un auto lujoso, un hijo de Dios debe tener uno mejor”, etc.

Los predicadores de la prosperidad no hablan del mas allá o de la vida espiritual, sino que identifican la bendición de Dios con ganancias económicas.

Cada cita de la Biblia donde se dice que alguien recibirá una bendición, lo interpretan siempre como un aumento de ingresos económicos. Culpan a las personas pobres de su pobreza, ya que es por su falta de fe o por vivir en pecado.

Y así, la prosperidad económica y el éxito son para ellos signos de la santidad y de aquél que tiene a Dios por “socio”.

Todo el mensaje del evangelio se reduce a una visión materialista, individualista y superficial de los pasajes bíblicos, manipulando emocionalmente a sus fieles mediante el uso de técnicas de inducción a crisis histéricas y presionándolos para que ofrenden a la Iglesia más de lo que pueden, incluyendo su casa y sus ahorros.

El nivel escandaloso al que ha llegado este movimiento, ha sido objeto de crítica, no solo de la mayoría del mundo evangélico y pentecostal, sino de autores que en un comienzo la defendían.


¿Qué enseña la teología de la prosperidad?


La única forma de adquirir prosperidad es por medio de la fe, especialmente “declarando” prosperidad. La lógica es simple: “Si pides con fe se te dará, pero si no recibes, es por falta de fe, es tu culpa si no eres próspero”. Esto también incluye reprender demonios que son los causantes de la pobreza y de los fracasos.

La clave es ofrendar: cuánto más grande sea tu ofrenda, más le estarías mostrando a Dios tu confianza en él y por lo tanto, mayores serán tus ganancias.

Con esta doctrina los pastores y telepredicadores ostentan su lujo sin complejos, como una forma de manifestar su nivel de santidad y el mayor nivel de bendición divina que han recibido.

Forman verdaderos imperios económicos, buscando cada vez mayor poder e influencia en los medios de comunicación y en la política.


La respuesta de los cristianos

Esta religiosidad, que se encuentra en las antípodas doctrinales del cristianismo, comparte con la teología de la prosperidad la anulación del molesto prójimo que es considerado culpable de su propia pobreza o desgracia.

Los cristianos han de denunciar abiertamente la perversión de la religión, la manipulación del evangelio y anunciar sin complejos la auténtica novedad de Jesucristo: un Dios cuyo amor y salvación son gratis.

El juicio final que aparece en el Evangelio según san Mateo (cap. 25), no dice que Jesús preguntará cuán exitoso fuiste en la vida, sino cuándo tendiste la mano al hambriento, al que estaba desnudo o en la cárcel, cuándo visitaste al enfermo o socorriste al necesitado.

Para reflexionar.

 

Fuente consultada: Aleteia

 

 

Nicolás Salcito

Ver la publicación completa en: www.haciendocamino.com.ar/hc-162.pdf

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