ENTRE LA REALIDAD Y LA UTOPÍA:
¿SE PUEDE CONTROLAR LA INFLACIÓN?
Siempre el alza abusiva de los precios, en especial de los productos de primera necesidad, ha sido un flagelo para la clase trabajadora, incluyendo en ella no solo a los obreros y empleados en relación de dependencia sino abarcando el amplio espectro en que cada persona obtiene mediante el fruto de su trabajo el sustento propio y el de su
familia, los pequeños comerciantes; emprendedores que de manera personal, familiar o grupal producen, elaboran o comercializan productos para el consumo social; como así también los profesionales que ejercen su actividad de servicio a la comunidad.
Cuando escuchamos las
explicaciones sobre el motivo de la suba inflacionaria de los productos, las mismas
siempre expresan definiciones dentro de lo que podríamos denominar la filosofía
del “mercado”, donde la oferta y la demanda, como por arte de magia, hace
oscilar los precios en las góndolas, por supuesto esa oscilación siempre es
hacia arriba. Pero en realidad poco se profundiza sobre las verdaderas causas
de este fenómeno que tanto perjudica la vida de los consumidores.
Haciendo un poco de memoria,
quienes ya tenemos algunos años transcurriendo por el andarivel de la vida,
recordamos que por allá en los años ’50/’60 iban desapareciendo del famoso
mercado algunas empresas de origen familiar que fueron adquiriendo, en forma
silenciosa y escondidas tras el anonimato de la figura jurídica de “Sociedad
Anónima”, capitales multinacionales, de éstas muchas eran del rubro de la
alimentación, teniendo la picardía de mantener las marcas registradas y con eso
se camufló la concentración monopólica u oligopólica que fue el correlato final
de este accionar.
Con el correr de los años el
circuito de producción y distribución de los alimentos, productos de limpieza y
otros tan elementales como ellos se ha ido modificando hasta llegar a nuestros
días. Así se fue perdiendo la relación personal entre el consumidor y el proveedor
(almacenero, carnicero, verdulero, lechero, etc., etc., etc.,) que en nuestro
barrio nos atendía detrás del mostrador o nos entregaba en nuestro domicilio.
Esta relación se fue acabando y el anonimato que mencionábamos más arriba se ha
ido ampliando con la aparición de las grandes superficies (shoppings,
supermercados) y actualmente con las compra-ventas “on line”.
Hasta aquí este breve resumen
histórico de la evolución de la distribución de los productos desde su origen
hasta la mesa de los consumidores. Entraremos ahora a analizar de que manera,
si es posible, que estos últimos puedan llegar a controlar la tan desgarradora
suba de precios, pandemia crónica del mundo capitalista.
Artículo 14 bis de la Constitución Nacional
Los convencionales
constituyentes de 1957 que modificaron parcialmente la original de 1853, en una
de esas reformas, incluyeron un artículo en el CAPÍTULO I – Declaraciones,
Derechos y Garantías, por el cual intentaron hacer un mínimo extracto de los
derechos sociales que le daba rango constitucional la Carta Magna de 1949, tal
es el Artículo 14 bis. El mismo en su primera parte expresa: “El trabajo en sus
diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al
trabajador, condiciones dignas y equitativas de labor, jornada limitada;
descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por
igual tarea; participación en las ganancias
de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección…” También incluye la garantía del derecho de huelga.
Este texto constitucional se
va enmoheciendo cada día ya que, por lo que tengo entendido, no ha sido
reglamentado. Vemos que mayormente cuando los gremios declaran una huelga,
súbitamente se la declara ilegal o se llama a conciliación obligatoria. Pero lo
más interesante para el tema que estamos tratando aquí, es el del control de la
producción y colaboración en la dirección por parte de los trabajadores. Ésta
sería una forma directa del control de los costos y de la rentabilidad empresaria, que es lo que más influye en
la fijación del precio del producto. Aquí nos encontramos con la ausencia, por
olvido, desconocimiento u otras razones que no vamos a debatir ahora, del
sindicalismo en todos sus niveles, además de legisladores, ministros y demás
funcionarios del Estado y dirigentes políticos, especialmente cuando hay un
gobierno de sesgo nacional y popular, que al igual que el gremialismo silencian
su voz sobre el asunto.
Por supuesto que también los
que conformamos la ciudadanía tenemos nuestra cuota de responsabilidad, ya que
tenemos herramientas muy poderosas para influir sobre los precios que fija el
mercado, como ser: no adquirir determinados productos o marca de los mismos; restringirnos
en el consumo y habituarnos a cambiar nuestro menú cotidiano (no
sistemáticamente sino como excepción) como medida contra el abuso empresarial
de los precios.
Hoy son muy pocas las empresas
que comercializan los productos de la canasta familiar, como Arcor, Molinos Río
de la Plata, Ledesma, y algunas más, la rentabilidad empresarial de las mismas
oscila entre el 200% y casi el 500% trimestral, según consta en los balances
que presentan ante la Bolsa de Comercio. ¿Un poco alto, no?
Hipótesis de conflicto
Históricamente los imperios se
han valido de la fuerza de las armas para conquistar otros pueblos y saquear
sus riquezas, en el día de hoy sigue siendo de igual forma, pero han agregado
una nueva fuerza que no necesita armamento, sino que su poder de fuego está en
su superioridad económica y con ella nos combaten en lo que podemos denominar
“la guerra del mercado”, con el agregado en el neo-liberalismo del “batallón
financiero”. Hemos visto la gran
concentración de capital en pocas manos, factor determinante para manejar la
plaza a su arbitrio.
Esto tampoco es novedoso,
nuestro país tuvo la experiencia en el año 1845, cuando la flota anglo-francesa
(apoyada por la oligarquía porteña) intentó remontar el río Paraná con el fin
de favorecer sus negocios. Pero se encontraron con el ejército que el 20 de
noviembre de aquel año frustró el intento. Juan Manuel de Rosas envió soldados
argentinos a detener este atropello extranjero defendiendo así nuestra
soberanía.
En la actualidad las grandes
multinacionales, para las cuales no hay patria ni fronteras, están cometiendo
el mismo abuso para apropiarse de nuestras riquezas entre las que se encuentra
el salario de los trabajadores, además de los recursos naturales y la independencia
alimentaria.
Las fuerzas armadas de un país
deben estar para defender al mismo de las agresiones extranjeras, pero todos
concebimos a estas provocaciones solo cuando existe un conflicto armado
convencional, como decíamos, hoy esa “guerra del mercado” no es visible porque
no se ve sangre ni soldados enemigos, pero que también ocasiona demasiados
muertos y mucha desigualdad en la distribución de la riqueza, provocando
angustia, sufrimiento y dolor a muchos de nuestros compatriotas, igual como
sufren los pueblos tras un bombardeo convencional.
Emulando a los protagonistas
de la Batalla de la Vuelta de Obligado, ¿no deberían la civilidad junto a las
fuerzas armadas trabajar sobre una hipótesis de conflicto ante esta nueva forma
de dominación extranjera?
Para reflexionar.
Nicolás Salcito
Ver la publicación completa en:
www.haciendocamino.com.ar/hc-169.pdf
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