Más tirantez en las relaciones de Estados Unidos
con China
La canciller estadounidense estuvo en China. Las
diferencias sobre la crisis en Siria y la injerencia de EE UU en el Mar del sur
de China afectaron la visita.
EMILIO MARÍN
Las relaciones entre la superpotencia y el gran
país socialista no atraviesan por un buen momento. Este diagnóstico se repite
como si se tratara de una prolongada enfermedad, salvo momentos de mejoría.
La visita que ayer hizo a China la secretaria de
Estado, Hillary Clinton, confirmó que la relación bilateral sigue atravesada
por diferencias muy profundas. La canciller no fue sólo a Beijing, sino que
llegó allí luego de una gira de diez días por la región Asia-Pacífico, que
Estados Unidos ha redefinido como la clave para defender su hegemonía mundial.
Y eso es lo que viene alterando la relación
sino-estadounidense, como lo reflejaron varias reuniones sin resultados
positivos entre la visitante y autoridades chinas. Ella se vio con su colega
Yang Jiechi; luego llegó al despacho del primer ministro Wen Jibao y
posteriormente se reunió con el presidente Hu Jintao.
El primer diferendo serio fue la situación de
Siria, donde el Departamento de Estado promueve una grosera injerencia suya y
de otras potencias aliadas. Los chinos junto a rusos han bloqueado por dos
veces sendas resoluciones estadounidenses de sanciones a Damasco en el del
Consejo de Seguridad de la ONU.
El canciller Yang se lo reiteró a la señora
Clinton: “la historia juzgará que la posición de China sobre la crisis en ese
país árabe es la más apropiada para el tratamiento de esa crisis; estamos a
favor de una solución negociada y de ninguna presión externa”.
El otro motivo de discordia, y para China tanto o
más importante, fue la situación conflictiva planteada por países en el Mar del
Sur de China. En el Este se recalentó la pulseada con Japón, que reclama como
suyas las islas Diaoyu. El primer ministro Yoshihiko Noda dijo que las Diaoyu
eran parte de Japón desde la Era Meiji. China las considera propias y el
portavoz de la cancillería china replicó que las declaraciones de Noda
“sabotean la soberanía territorial de China”.
Hu Jin tao planteó que los diferendos con otros
países de la zona respecto al Mar de China deben ser solucionados en forma
bilateral. Washington, en cambio, trata de armar un frente de “todos contra
Beijing”, atizando el conflicto en un punto donde quiere ubicarse como el gran
bloqueador. Controlar ese mar es parte de su designio estratégico de
condicionar y doblegar a China, poniendo sus armas a tiro de la yugular por
donde fluye el comercio vital. La señora Clinton, en su actual gira por
Asia-Pacífico, viene trenzando esa alianza contraria a China y por eso le podrá
ir bien en esas otras escalas, no así en el gigante asiático, puesto en
guardia. Wen Jibao directamente le pidió “respeto para la soberanía y la
integridad china”.
Economía bastante bien
La dirigencia china cree que la administración
Obama no está poniendo lo que debería para conjurar los efectos tan nocivos de
la crisis económica internacional. Enfrascado como está en la campaña por su
reelección en noviembre próximo, el presidente norteamericano busca mejorar la
situación del imperio con una agresiva política de exportaciones y de trabas a
las importaciones (de esto último puede dar fe Argentina, que pidió un panel
contra EE UU en la Organización Mundial de Comercio por veinte años de
impedimentos al ingreso y comercialización de los limones argentinos).
El jefe de gobierno chino, en tono de reproche a la
canciller estadounidense, le espetó que era imprescindible “unir esfuerzos en
el sombrío panorama económico global, con inversiones a gran escala y la
promoción conjunta de proyectos de cooperación financiera”.
China se pone más firme con la Casa Blanca y se
muestra más amable con Alemania y la Unión Europea. Hace una semana arribó a
Beijing la canciller Angela Merkel y el tono de los discursos y los acuerdos
firmados difirió notablemente con lo sombrío que signó a la incursión de
Clinton.
El 30 de agosto Wen Jiabao se reunió con Merkel,
quien hacía su segunda visita en el año a China y la sexta desde que asumió
como canciller en 2005. La agencia Xinhua informó que “las dos partes emitieron
una declaración conjunta y firmaron más de una decena de acuerdos de
cooperación, que abarcan áreas como energía, biotecnología, cultura, medio
ambiente e investigación oceánica y polar”. La parte asiática expresó que está
dispuesta a seguir invirtiendo en bonos de gobierno de la Unión Europea, “con
la condición de que pueda obtener la garantía de que los riesgos están siendo
controlados”.
El ánimo positivo trasuntado por la II Ronda de
Consulta con Alemania (la I fue en junio del año pasado en Berlín) tomó más
vuelo en contraste, cinco días más tarde, con el pobre resultado de la visita
de Clinton.
La economía china sigue mostrando números robustos,
aunque en baja respecto a performances extraordinarias. Creció a una tasa del
10 por ciento anual durante tres décadas, cuando llegó a convertirse en la
segunda economía mundial. Y en 2012 se estima que crecerá al 7,5 por ciento,
que muchos envidiarán, pero que supone una baja respecto a esos récords.
Pero justamente esas dificultades económicas, que
van a reflejarse también aunque en forma moderada en la economía doméstica,
hacen que la dirigencia china analice en forma más penetrante y crítica las
contradicciones que tiene con EE UU.
Ojo con lo militar
En realidad los papeles del Pentágono venían
planteando desde 1997, que el eje de la disputa para que el siglo XXI sea un
“siglo americano” es la región Asia-Pacífico. No hace falta ser un gran
analista para darse cuenta que asegurándose la hegemonía allí, el viejo imperio
busca contener y eventualmente agredir a China, al que muchos estudiosos dan como
el país que puede superar a EE UU en lo económico y otros órdenes.
Por eso a la administración Obama, que en enero
pasado certificó que Asia-Pacífico es el centro de sus preocupaciones, le
importa y mucho todo lo que tenga que ver con la región.
Eso explica las guerras estadounidenses en Irak y
Afganistán, su rol de promotor de la desestabilización en Siria y aún de
agresión contra Irán. Del 8 al 18 de abril hubo en Bahrein un ejercicio militar
estadounidense con nueve países de Medio Oriente; y el 15 de mayo pasado hubo
un segundo, en Jordania, llamado “Operación Eager Lion”, con 12.000 soldados
norteamericanos y de quince países de Medio Oriente.
Eso respecto a un parte de Asia. Sobre la región
del Pacífico, en junio en Singapur estuvo el jefe del Pentágono, Leon Panetta,
como parte de una gira de varios días por el sureste asiático.
Allí ratificó que para 2020 el 60 por ciento de la
fuerza naval estadounidense estará en esa zona, en las cercanías de China.
Panetta confirmó que hacia allá enviarán “6 portaviones, submarinos nucleares
adicionales, nuevos bombarderos estratégicos, medios antisubmarinos y de guerra
electrónica y la mayoría de los navíos de superficies disponibles”.
Hoy Washington busca atizar los reclamos de varios
países de la zona contra China, en el mar que lleva su nombre. Taiwán, Malasia,
Singapur, Brunéi y Filipinas son algunos de los tentados para formar un bloque
antichino que tendrá detrás del trono al verdadero poder yanqui.
Eso no es todo. El imperio firmó acuerdos con
Australia y Nueva Zelanda para poner allí bases militares y marines, cuyas
armas apuntan hacia Beijing. Con Filipinas negoció reactivar las bases
militares ya existentes. Y eso llevará la cuenta en Asia y los océanos Pacífico
e Índico, a más de los 300.000 efectivos que ya tiene en este momento en
decenas de bases.
El ladrón grita “al ladrón” para distraer la
atención. Con semejante despliegue bélico, queda claro quién es la potencia
militarista que poner en riesgo la seguridad de China y en general a la paz
mundial.
Pero, tratando de distorsionar la realidad, los
medios de prensa abonados al Departamento de Estado agitan que el gran peligro
es el “rearme chino”. Por ejemplo, han hecho un escándalo con que el
presupuesto de Defensa de Beijing se duplicará para el año 2015. Pero resulta
que esa partida aumentó en 2011 el 12,7 por ciento, llegando a 91.500 millones
de dólares; cabe recordar que el presupuesto “oficial” del Pentágono es de
612.000 millones de esa moneda (el real es superior). El impacto del gasto militar
chino es el 1,5 por ciento del PBI, en tanto que el norteamericano supera el
4,8 por ciento.
Lo que sí es verdad es que China está preocupada
por su defensa. El 31 de agosto informó que la Fuerza de la Artillería No.2 del
Ejército Popular de Liberación realizó varios lanzamientos de prueba de misiles
balísticos, entre ellos el intercontinental DF-41, “capaz de alcanzar cualquier
parte de EE UU después de penetrar su sistema de defensa de misiles”.
También está construyendo seis modernos
portaaviones, de diseño, materiales y rendimientos previstos muy superiores a
los de la superpotencia que amenaza a la paz mundial.
¿Habrán tomado nota en Washington?
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Sergio Ortiz
face: Sergio Ortiz
twitter: sergioortizpl
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