Tengo
especial fascinación por los caminos, especialmente por los caminos del campo
que suben penosamente la montaña y desaparecen en la curva del bosque. O los
caminos cubiertos de hojas multicolores en las tardes grises de otoño, por los
cuales andaba en mis tiempos de estudiante en los Alpes del sur de Alemania. Y
es que los caminos están dentro de nosotros. Hay que preguntar a los caminos el
porqué de las distancias, por qué a veces son tortuosos, y cansan o son
difíciles de recorrer. Ellos guardan los secretos de los pies de los caminantes,
el peso de su tristeza, la ligereza de su alegría al encontrar a la persona
amada.
El camino
constituye uno de los arquetipos más ancestrales de la psique humana. El ser
humano guarda la memoria de todo el camino seguido a lo largo de los 13,7 miles
de millones de años del proceso de la evolución. Guarda especialmente la
memoria de cuando surgieron nuestros antepasados: la rama de los vertebrados,
la clase de los mamíferos, el orden de los primates, la familia de los
homínidos, el género homo, la especie sapiens/demens actual.
Debido a
esta inconmensurable memoria, el camino humano se presenta tan complejo y a
veces indescifrable. En el camino de cada persona trabajan siempre millones y
millones de experiencias de caminos pasados y recorridos por incontables
generaciones. La tarea de cada uno es prolongar este camino y hacer su camino
de tal forma que mejore y profundice el camino recibido, enderece lo torcido y
legue a los futuros caminantes un camino enriquecido con su pisada.
El camino
ha sido y sigue siendo una experiencia de rumbo que indica la meta y
simultáneamente es el medio por el cual se alcanza la meta. Sin camino nos
sentimos perdidos, interior y exteriormente. Nos llenamos de oscuridad y de
confusión. Como hoy la humanidad, sin rumbo y en un vuelo ciego, sin brújula y
sin estrellas para orientar las noches tenebrosas.
Cada ser
humano es homo viator, un caminante por los caminos de la vida. Como dice el
poeta cantante indígena argentino Atahualpa Yupanqui «el ser humano es la
Tierra que camina». No recibimos la existencia acabada. Debemos construirla. Y
para eso hay que abrir camino, a partir y más allá de los caminos andados que
nos precedieron. Incluso así, nuestro camino personal nunca está dado
completamente. Tiene que ser construido con creatividad y sin miedo. Como dice
el poeta español Antonio Machado: «caminante, no hay camino, se hace camino al
andar».
Efectivamente,
estamos siempre en camino a nosotros mismos. Fundamentalmente o nos realizamos
o nos perdemos. Por eso hay básicamente dos caminos como dice el primer salmo
de la Biblia: el camino del justo y el camino del impío, el camino de la luz o
el camino de las tinieblas, el camino del egoísmo o el camino de la
solidaridad, el camino del amor o el camino de la indiferencia, el camino de la
paz o el camino del conflicto. En una palabra: el camino que lleva a un fin
bueno o el camino que lleva a un abismo.
Pero
prestemos atención: la condición humana concreta es siempre coexistencia de los
dos caminos, que suelen entrecruzarse. En el buen camino se esconde también el
malo, y en el malo, el bueno. Ambos atraviesan nuestro corazón. Este es nuestro
drama que puede transformarse en crisis e incluso en tragedia.
Como es
difícil separar totalmente la cizaña del trigo, el camino bueno del camino
malo, estamos obligados a hacer una opción fundamental por uno de ellos: por el
bueno, aunque nos cueste renuncias o incluso pueda traernos desventajas, pero
por lo menos nos da paz de conciencia y la percepción de que estamos en lo
correcto. Y están los que optan por el camino del mal: éste es más fácil, no
impone ninguna limitación, pues todo vale con tal de que nos beneficie. Pero
cobra un precio: la acusación de la conciencia, riesgos de castigos y hasta de
ser eliminado.
La opción
fundamental confiere cualidad ética al camino humano. Si optamos por el buen
camino, los pequeños pasos equivocados o los tropiezos no destruirán el camino
y su rumbo. Lo que cuenta realmente frente a la conciencia y ante Aquel que a
todos juzga con justicia es esta opción fundamental.
Por esta
razón, la tendencia dominante en la teología moral cristiana es sustituir el
lenguaje de pecado venial o mortal por otro más adecuado a esta unidad del
camino humano: fidelidad o infidelidad a la opción fundamental.
No hay
que aislar los actos y juzgarlos desconectados de la opción fundamental. Se
trata de captar la actitud básica y el proyecto de fondo que se traduce en
actos y que unifica la dirección de la vida. Si ésta opta por el bien, con
constancia y fidelidad, conferirá mayor o menor bondad a los actos, no obstante
los altibajos que ocurren siempre pero que no llegan a destruir el camino del
bien. Este vive en estado de gracia. Pero hay también los que optan por el
camino del mal. Ciertamente pasarán por la severa clínica de Dios en caso de
encontrar misericordia a sus maldades.
No hay
escapatoria: tenemos que escoger qué camino construir y cómo seguir por él,
sabiendo que «vivir es peligroso» (Guimarães Rosa). Pero nunca lo hacemos
solos. Con nosotros caminan multitudes, solidarias en el mismo destino,
acompañadas por Alguien llamado: "Emmanuel, Dios con nosotros".
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