Mientras redactaba esta nota, se desencadenaron
los saqueos y las denuncias cruzadas entre el gobierno y los sindicatos,
oscureciendo más el panorama nacional. No obstante, voy a dejar afuera el tema.
Definido mi asunto, el objetivo de analizar, a partir del acto del 19 de
diciembre, los cursos de acción que debería adoptar el movimiento obrero, no
preciso considerar las últimas noticias, que nada añaden a esta reflexión.
De
modo que, puesto frente al acontecimiento que pretendía evocar los días finales
del 2001, formulo una pregunta: ¿Qué pensar de un suceso donde "la unidad
en la acción" logró reunir (tenga el lector la paciencia de leer una
larga enumeración de nombres) a Hugo Moyano y Ricardo Alfonsín, Luis
Barrionuevo y el Partido Obrero, Pino Solanas y Raúl Maza (vocero de los
gendarmes), la Federación Agraria y el PTS, Claudia Rucci y la Corriente
Clasista y Combativa, con "una fracción" de la UCR marchando
hacia la plaza y el resto espantado de ver boinas blancas en una vidriera tan escandalosa?
Por si esas adhesiones no bastaran, Ámbito
Financiero (nadie lo rectificó, desde las filas de Moyano) dijo el 17
que se buscaba sumar (se fracasó en el intento) a "organizaciones de
caceroleros", algunas de cuyas consignas (sobre inflación, inseguridad,
etc) fueron levantadas en el discurso del camionero –junto a las demandas más
conocidas de la CGT–como si el sentido antinacional que adquirieron esas
cuestiones al ser enarboladas por los gorilas del teflón fuese compatible con
defender los intereses del sector obrero, que por razones estructurales no
puede ubicarse lejos o en contra del resto de los sectores interesados en
sostener un proyecto nacional.
La tentación a desentenderse de una reflexión
sobre el asunto, con la increíble creencia de que descalificar a Moyano termina
con el problema, es un completo error. Sólo una mirada frívola y obcecada
acepta apelar a la “táctica del avestruz”, ante las derivaciones posibles de la
ruptura entre el gobierno y la CGT. Por mi parte, además de alertar sobre el
desmedro del frente que respaldaba al gobierno, creo necesario impulsar un
debate de fondo sobre las relaciones entre la política y el movimiento obrero,
un componente imprescindible del movimiento nacional.
La menguada concurrencia que obtuvo la
convocatoria, que prueba que a veces al sumar se resta, sugiere una pregunta:
¿dónde están, hoy, tras el conflicto del gobierno con sus ex aliados (suele
omitirse que Hugo Moyano es “primus inter pares” de una corriente de cierta
extensión, con dirigentes que eligen qué posición adoptar y de ningún modo son
una comparsa del líder camionero), dónde están hoy, digo, los trabajadores
comunes y la vasta militancia que acudió a respaldar las masivas
manifestaciones de los últimos años, organizadas por la CGT para apoyar al kirchnerismo?
Ignorar el llamado a “luchar contra Cristina”, sumándose al cambalache del 19D,
donde todo valía y hasta Macri y Clarín
pueden ser “aliados”, es la primera respuesta que puede advertirse, de parte de
las bases, ante un líder gremial empantanado y sin brújula. Y para seguir con
los tangos, aun aquéllos que hemos apreciado sus luchas de los 90´, y nos
resistimos a secundar cierta crítica “progresista” de gente que llegó a votar
por De la Rúa, lo vemos hoy, para decir
lo menos, “como abrazado a un rencor”, con apuestas a una proyección política
desnortada, donde falta lo principal, esa capacidad de discernir quiénes son
los amigos y los enemigos del país y de los propios asalariados; condición sin
la cual, a su vez, sólo puede actuarse como patrulla perdida, sin una
estrategia de la cual deriven los pasos parciales. Y es preciso ser claros en
esto: semejante cosa no puede existir, si el enemigo es el gobierno, en tanto
se trata de un gobierno nacional,
por su política y sus fines, aun cuando su conducción se niegue a integrar a
los dirigentes sindicales a los cuadros de poder, contra lo que fue habitual en
la historia del peronismo. Consecuentemente, la resistencia a esta exclusión y
la lucha gremial por las demandas sectoriales y la acción política tendiente a
defender el protagonismo legítimo de la clase obrera, deben librarse dentro del
cauce del movimiento nacional, preservando el avance que representa contar con
este gobierno, a pesar de sus límites y su voluntad manifiesta de alejar del
poder al movimiento sindical y reservar ese ámbito para los políticos y los
técnicos. Las únicas alternativas no pueden ser subordinarse, sin disenso, o
pasar a la oposición. Es posible y además necesario, lo quiera o no la
conducción kirchnerista, adoptar posturas de apoyo independiente, mientras se
denuncia la discriminación contra el movimiento sindical y se estructura una
fuerza volcada a la política que exprese la posición de los trabajadores
argentinos y luche por conquistar un legítimo protagonismo. Es obvio aclarar
que dicha perspectiva no puede encararse transformando en “aliados” a los
compañeros de ruta del 19 de diciembre y, en términos generales, a ningún
enemigo del país y el pueblo.
Las razones de una ruptura y el ánimo de los trabajadores
¿Por qué razón, cabe preguntar, Cristina apartó
del poder a los sindicalistas, decisión que fue el disparador de la ruptura,
reservando las diputaciones y otros cargos y honores para la juventud no obrera
y el sector político? Porque éstos no tienen, en general, una base propia a
quien responder; son, por ende, dóciles a la conducción y más dispuestos a
callarse la boca y esperar órdenes. No hace falta ser un lince para advertir
que tienen, en conjunto, al no deberse a un sector social determinado, menos
problemas para secundar ese proyecto del “capitalismo serio”,
con criterios distributivos keynesianos que, mal que le pese al “progresismo”
entusiasta de la pequeña burguesía, es el objetivo final del kirchnerismo. Un
proyecto que, justamente por eso, merece llamarse nacional-popular, pero ajeno
a objetivos de liberación social y limitado a la ilusión de ofrecer al país un
capitalismo “bueno” (1).
Es necesario evitar, sin embargo, la falsa
interpretación de que al abandonar a Moyano, en los últimos episodios, las
bases sindicales han restablecido un vínculo positivo con el gobierno. El tema del Impuesto a las
Ganancias y las actitudes descalificatorias hacia la acción sindical, de parte
de Cristina, son heridas abiertas de difícil cicatrización, aunque se las
quiera enmascarar con los encuentros con Caló y el sector de “los gordos”, que
en modo alguno podrían (tampoco lo
desean, por diversas razones) cumplir el rol de apoyo activo que cupo a Moyano,
en su momento. En realidad, lo razonable, a nuestro juicio, sería hablar de una
relación compleja, con cuentas pendientes y disgusto obrero, como ha podido comprobar, en su propio cuero,
la Secretaria de Industria, al visitar Renault en la ciudad de Córdoba.
Para aproximarnos a un juicio menos coyuntural,
estos episodios deben abordarse en el marco de una situación histórica,
intentando captar algunos matices muy significativos, si queremos anticipar
posibles desenvolvimientos.
No creemos que pueda hablarse, como pretende
insinuar cierto respaldo obsecuente a lo que el gobierno hace, bien o mal, del kirchnerismo de los trabajadores,
en el sentido en que sí, durante largas décadas, ha podido afirmarse su
identidad peronista. Vivimos, y la clase trabajadora no es una excepción, lo
que ha dado en llamarse, desde el 2001 en adelante, la “crisis de la
representación”; un fenómeno que se remonta a las decepciones experimentadas
por la sociedad argentina en el periodo democrático, que culminaron en el estallido del 2001 y su famosa consigna de
“que se vayan todos”. No existen, hoy, identidades sólidas. No negamos, por
esto, la existencia de un reconocimiento general de los asalariados a todo lo
bueno que el kirchnerismo aportó, al promover el empleo, restablecer las
paritarias e impulsar, con diversas medidas, la redistribución del ingreso.
Recordamos, nada más, que esa simpatía y sus expresiones de apoyo fueron
canalizadas por la CGT, asociados al
poder y la acción de gobierno: Néstor y
Cristina no tuvieron jamás la
posibilidad de movilizar al movimiento obrero, como lo hacia Perón, sin
necesidad del acudir a la dirigencia sindical. Es ésa la razón,
precisamente, de que veamos hoy una fragilidad peligrosa, para el gobierno y
quienes lo respaldamos, ante el eventual alzamiento de los poderes económicos
que su política lesiona. Esta debilidad, es obvio, no se supera, dije, pactando
con “los gordos”: lo prueba su “aporte”, ínfimo o nulo, a la Plaza de Mayo del
9 de diciembre.
Superar la situación: política obrera en el movimiento nacional
¿Cómo salir de la actual situación, que podría
definirse como un empate en que todos
estamos más débiles, dentro del campo nacional y popular? ¿Cómo
encararla, desde el punto de vista del movimiento obrero? Resumamos los hechos,
intentando extraer las conclusiones del caso:
1) la jefatura del kirchnerismo impulsó la
ruptura con Hugo Moyano y el sector sindical más combativo, que enfrentó a
Menem y las políticas neoliberales de la década maldita, negándose a darle una
razonable participación en el poder del
Estado. Se ha roto, con ello, una tradición del peronismo, para
privilegiar a los “políticos”, que se someten a los modos verticalistas de conducción y pueden
operar como burocracia muda;
2) esa decisión ha debilitado el poder popular,
al frenar el impulso de aproximación hacia el kirchnerismo de amplios sectores
de militancia obrera, particularmente en la juventud y desalienta su apoyo, de
cara a las elecciones del 2013 y posibles conflictos con el poder económico
concentrado, que exigen llamados a la movilización popular;
3) la voluntad de apartar a los dirigentes
obreros del parlamento y los aparatos de poder del Estado –la tradición
peronista les otorgaba “un tercio”, además del manejo de la cartera laboral– es
regresiva: nació con la llamada "renovación" peronista, como parte
del ciclo que preparó el terreno a la capitulación menemista y la
adaptación al servicio del poder económico y contradice la necesidad de
fortalecer al gobierno, al introducir la división en el seno del pueblo;
4) que dicha política expresa, más allá de los
rasgos de personalidad de los líderes, la lógica interna del proyecto social
que Néstor y Cristina han enunciado más de una vez (aunque algunos de sus
seguidores no se hagan cargo y sostengan el sueño de una vaga
"profundización") de crear en la Argentina un "capitalismo
serio", que concretamente supone no alarmar al empresariado y
controlar que sus costos, dentro de los límites a que permite llegar la
paradójica necesidad de ampliar el consumo, no sean afectados por la presión
obrera, afectando la acumulación u obligando a limitar “inaceptablemente” la
ganancia.
Ahora bien, lo señalado anteriormente no nos
impide (no debe impedirnos) advertir que la erosión del poder del gobierno, o
su caída, no mejorará la situación de los asalariados, sino lo contrario.
Consecuentemente, todo lo que hagamos, en el reclamo gremial y en la lucha
política por el protagonismo obrero en el frente nacional, debe ser encarado
con claridad estratégica y sutileza táctica, sin favorecer los fines de las
fuerzas adversas al actual gobierno, que atacan a Cristina no por sus defectos,
sino por sus méritos, que nos benefician a todos. Y siendo así, alarma el afán
de Hugo Moyano por asociarse, hoy, con sus enemigos de ayer (los enemigos
sociales de la clase trabajadora, que apenas callan, por especulación, ahora,
su profundo desprecio por este “negro sindicalista”) y jamás darán un soporte político para sostener
las demandas del movimiento sindical. Quieren usar a Moyano y la CGT y tirarlo
después a un tacho de basura.
¿Adónde se irá con "bastonazos de ciego",
sin entender las contradicciones y límites de una situación y con el riesgo
cierto de servir a los enemigos y terminar justificando, por torpeza, la
discriminación sufrida? Evidentemente, para ocupar el lugar que su historia y
sus intereses imponen a la militancia sindical y obrera, hay que evitar la
Plaza del 19D; es necesario contar, de una vez por todas, con una visión
ideológica superadora, acorde con la aspiración –muchas veces planteada por
Hugo Moyano– de que un trabajador pueda postularse a presidente de la Nación
(algo que alarma a la burguesía “nacional” y el ala gorila de nuestras clases
medias, pero es un derecho democrático elemental).
Personalmente, lejos de escandalizarme con ese
enunciado, que al parecer fue un factor
en el conflicto con Cristina, mi antigua filiación de Izquierda
Nacional se fundamenta en el hecho de que esa formación política tuvo (y para
quienes somos consecuentes con su programa tiene, aún) como justificación de su
existencia, la lucha por lograr que la clase trabajadora -la
"columna vertebral" del peronismo clásico- pudiera
transformarse en "cabeza dirigente" del frente nacional y democrático
de los sectores mayoritarios, en este país y en América Latina.
Ese propósito, esto es esencial, exige una
condición: los trabajadores, sus dirigentes y su política, deben esforzarse no
sólo por defender lo nacional –en las malas y las buenas lo hicieron siempre,
con mayor coherencia que los demás sectores-, sino por expresar (sin delegar
esa tarea al “sector político”) los intereses y los ideales del conjunto del
país, del "bloque nacional"; deben levantar un programa para la
sociedad en general, con la sola exclusión de los enemigos de la patria, la
minoría oligárquica que explota a la Argentina desde hace ya 200 años. Un dirigente
obrero con visión de sindicalista –los
sindicatos luchan por defender lo gremial, las condiciones de trabajo y
el salario obrero, sin tener necesariamente aptitud política y aunque a veces
aquello pueda ser opuesto al interés
social general– por su ideología y sus métodos, tiende a perderse a la
hora de enfrentar las contradicciones internas del frente nacional, como
ahora ocurre. Se trata, ese es sin duda el secreto, de una tarea distinta a la
que ocupa sus horas, en el sindicato. Le exige privilegiar los criterios de la
política, que no son aquellos de la pelea gremial, a los que suele definirse
como “presionar y negociar”, de acuerdo a la fuerza de las propias bases, del
ánimo patronal y de lo que puede preverse de la mediación habitual del Ministerio
de Trabajo. Aquí se precisa, antes que nada, una claridad meridiana sobre
quiénes son los enemigos del país, quiénes los aliados firmes y de confianza y
quiénes los sectores que oscilan entre ambos polos, a los que debe atraerse
para ganar las batallas. Sin dominar estas nociones y superar esa limitación de
la experiencia sindical, ningún dirigente, por lúcido y honesto que sea, con
estas solas condiciones, podría liderar esta lucha histórica por la liberación
social de la clase trabajadora.
Conclusión
En otro escenario, enfrentados a un conflicto
con la verticalidad de Perón, los dirigentes sindicales que habían creado el
Partido Laborista en 1945, después de protagonizar el 17 de Octubre y acompañar el ascenso del
Coronel hacia el poder, debieron elegir entre el sometimiento o la marginación.
Su rebeldía, que llevó a la cárcel a Cipriano Reyes, fue el motivo para que
Luis Gay, máximo dirigente de la CGT, fuera acusado injustamente “de ser un
agente del sindicalismo norteamericano y favorecer las presiones de EEUU”,
mientras todos los demás se sometían al conductor y admitían ser burócratas del
estado o el movimiento obrero y "representar a Perón ante la clase
obrera"; no al revés, como era de esperarse (2).
El desenlace del conflicto, en la primera década
de la experiencia peronista, expresaba, a juicio de algunos, “la inmadurez
histórica” general de los trabajadores, que hacían con Perón su primera
experiencia como clase nacional. Visto más de cerca, podría añadirse que la
transformación revolucionaria que en la vida de los trabajadores había
impulsado aquel primer peronismo era fenomenal y se reflejaba en su conciencia
como la ferviente adhesión hacia el líder histórico, era una fuerza tan
poderosa que permitió a Perón, en su largo exilio, conservar intacta una
influencia que impidió la consolidación de aquéllos que lo desalojaron del
poder político, en 1955. Sea cual sea el juicio que tengamos sobre los hechos
mencionados –y, en términos generales, sobre las procedimientos empleados por
el General en la conducción– es indudable que la unidad del movimiento, la
defensa del programa nacional y popular y el respaldo de las grandes mayorías
nacionales no se pusieron en riesgo durante largas décadas, hasta su muerte.
Nadie puede garantizar, hoy, algo semejante. Mal
que nos pese, ni siquiera Cristina. Es necesario transformar torpemente los
deseos en realidad, para imaginarnos, además, que un liderazgo precario
(vivimos un tiempo de “crisis de la representación y la identidad”, con
fluctuaciones permanentes en la opinión pública, como se advierte en la
oscilación que muestran las elecciones de los últimos años) podría, sin
promover el protagonismo del pueblo argentino, sin criterios amplios de
construcción política, sin aceptar que en el seno del campo nacional y popular
deben impulsarse grandes debates y renunciarse a las formas verticalistas de
conducción, nadie podrá, digo, obtener una victoria estratégica y definitiva,
no limitada a lo coyuntural y el corto plazo, en el marco de una ruptura entre
el gobierno popular y el sector sindical, donde ni uno ni otro atinan a
discernir (y actuar consecuentemente) cuáles son los expedientes para cerrar
filas y enfrentar con cohesión los próximos peligros, atendiendo al carácter de
las fuerzas sociales y no a los rasgos de sus figuras más destacadas, cuyas
notorias limitaciones nos conducen a la encrucijada.
A la clase trabajadora y la juventud sindical,
si es capaz de elevarse a la altura necesaria, le aguardan próximamente grandes
responsabilidades.
Notas:
(1)
El país sufre, como decía Lenín para el caso de Rusia, más que del
capitalismo de su falta de desarrollo y, más precisamente, de la dependencia
semicolonial. Por lo tanto, la clase trabajadora tiene intereses comunes con la
burguesía “nacional”, en cierta medida. Esto no significa, sin embargo, que
exista algo digno de llamarse un “capitalismo serio” y menos aún un capitalismo
“bueno”. Una de las expresiones de esta postulación del capitalismo “bueno” es
la idea, muy emparentada con la fanfarronería “nacional” (que al primer traspié
se torna en su opuesto y nos considera “ineptos”), de que el “modelo económico”
es el que requieren, para salir de la crisis, los países centrales. Con esa
tesitura, la senilidad del capitalismo mundial es transformada en la mera
prevalencia del sector financiero, que los europeos tardan en sacarse de
encima, por la ineptitud de sus líderes. Y el problema insoluble de las
burbujas cíclicas que crea una crisis de carácter estructural es interpretado
como la “falta de una visión” centrada en la producción y la distribución del
ingreso, casi un capricho del capital financiero.
(2)
Respecto del tema, puede consultarse la biografía de Perón, de Norberto
Galasso y el artículo de Juan Carlos Torre, en el número 89 de “Todo es
Historia”. Para encontrarse con otros significativos episodios de la historia
de la verticalidad es interesante leer, en el libro de Galasso, los datos
referidos el ostracismo a que se somete a Jauretche y Scalabrini Ortiz, a los
que Perón aleja de todo poder, para impulsar el reinado de una burocracia
complaciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario