Antipsiquiatría: “La
medicalización es un mecanismo de contención del malestar social”
Victoria Viñals | Domingo 6 de
marzo 2016 20:03 hrs.
El académico e investigador del movimiento antipsiquiátrico, Carlos
Pérez Soto, habla en extenso sobre los alcances de la antipsiquiatría, el costo
de la medicalización y sobre cómo la denominada "salud mental" opera
como un mecanismo de control social.
Durante los años 60 la antipsiquiatria surgió como una iniciativa
terapéutica propuesta por psiquiatras. Hacer terapias humanizadas y reivindicar
derechos de los habitantes de los manicomios, fueron las premisas del
movimiento que se circunscribió al trabajo médico, con el foco puesto en
la cura o sanación de los denominados “enfermos mentales”.
Durante los años 90 surge una nueva utilización del término, esta vez
acuñado por los propios usuarios, autodenominados “víctimas de la psiquiatría”.
Sobrevivientes del electroshock y de la drogadicción inducida por drogas
legales o terapéuticas realizaron una crítica profunda al discurso
psiquiátrico. Esta nueva antipsiquiatría representa un quiebre con el modelo
anterior y se amplía sacando de los manicomios la discusión, para otorgarle
ribetes que alcanzan a la salud pública.
La antipsiquiatría acusa una psiquiatrización de todos los problemas de
la vida cotidiana, alcanzando una masividad y un impacto sobre la sensibilidad
pública que no se conocía hasta ese momento. En ese contexto aparecen datos:
sólo en Estados Unidos hay cerca de 15 millones de niños consumiendo drogas
psiquiátricas.
La nueva antipsquiatría es, entonces, un discurso en contra de la
psiquiatrización de la subjetividad, y de la medicalización de los problemas de
malestar subjetivo.
El académico e invetigador de izquierda, Carlos Pérez Soto, conversó en
exclusiva con el Diario Electrónico de Radio Universidad de Chile sobre los alcances
de la antipsiquiatría y sobre las estrategias políticas para hacer frente a la
medicalización y al discurso terapéutico de la medicina.
El filósofo danés Søren Kierkegaard, decía que
había que encontrar una verdad que fuera verdadera para uno, una idea por la
que se pudiera vivir o morir. En estos tiempos donde pareciera que esas ideas
ya no existen, donde se acusa una pérdida del llamado “sentido en la vida”, se
ha dicho que estamos frente a un estado de depresión masivo ¿Es esto
efectivamente un problema de tipo psiquiátrico o es más bien un síntoma de las
condiciones de vida propiciadas por el capitalismo?
Yo diría que se trata de un síntoma de la crisis capitalista,
precisamente porque los grados de consumo, de humanización han subido bastante,
actualmente una cuota muy importante del sufrimiento de los explotados es
sufrimiento subjetivo. Clásicamente la pobreza era física, actualmente la
pobreza física es importante pero está contenida por la capacidad de
endeudamiento. Entonces, las dimensiones más específicamente subjetivas de la
pobreza han aflorado por decirlo de alguna forma. Siempre han estado presentes,
pero estaban ocultas por la urgencia material. Ahora que esa urgencia material
esta relativamente desplazada, el sufrimiento subjetivo aflora. Ahora la gente
puede darse el lujo de tener sufrimientos realmente humanos, por decirlo de
alguna forma.
Este estado es una consecuencia de la sobrexplotación, del
sobrenedeudamiento, de la falta de expectativas en la educación, de esta
defraudación del horizonte del estado de bienestar. Es curioso que parte de
nuestros privilegios consisten en que ahora si podemos sufrir por cuestiones
realmente humanas, como el derecho a la cultura, a la recreación, a la
tranquilidad, a la esperanza. En 1850 la gente sufría para que le
alcanzara la plata para ir al almacén.
El problema sería entonces, cómo contener esa
dimensión subjetiva de un problema social, material.
Efectivamente, la medicalización del sufrimiento subjetivo opera como un
mecanismo masivo de contención de la conflictividad social. En Chile eso es
particularmente claro. Es curioso, pero los países que están en crisis
económica tienen menos problemas subjetivos que los países que aparentemente
crecen, y digo aparentemente, porque los que crecen son los ricos, mientras el
80 por ciento de la población lo que ve son expectativas en disminución. La
contención política pasa por contener el sentimiento de crisis, por aislar el
sentimiento de crisis de una persona, por volverlo algo individual. Cuando las
personas se dan cuenta de que sus problemas los tiene el de al lado y el de más
allá, esto deja de ser un problema personal y pasa a ser un problema social.
La medicalización contribuye a aislar a cada uno como si el problema
fuera suyo, a quitarle la base objetiva, como si el problema fuera psicológico
y no la dimensión subjetiva de un problema propiamente material. Lo que tenemos
no es depresión o ansiedad, lo que tenemos es sobreexplotación,
sobreendeudamiento, expectativas frustradas. La medicalización del sufrimiento
subjetivo es hoy día en países como Chile y Estados Unidos uno de los
principales mecanismos de contención del malestar social.
Curiosamente en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador, donde hay procesos de
auge del movimiento popular, la conflictividad que la derecha le pone a esos
procesos hace que el malestar de izquierda y de derecha se encauce
políticamente. Son países que tienen menos medicalización que en Chile donde se
supone que no hay ninguna crisis.
La medicalización psiquiátrica es, entonces, un
problema político.
Por supuesto, el problema de la medicalización del sufrimiento subjetivo
es un problema no solo de salud pública, sino que también un problema
político en sentido inmediato. Es como decir que la protesta social está
obstaculizada en la farmacia: mientras más larga es la cola de la farmacia,
menos protestas hay en la calle.
Lo que hay que hacer es mostrar que formar sindicatos y organizarse
socialmente es más terapéutico que comprar antidepresivos. Y eso hay que
demostrarlo técnicamente y lo digo porque la tentación de la crítica de
izquierda es interpretar el problema de manera capitalista, culpando a las
farmacéuticas. Mi opinión es que empezar por ahí es un error que conduce a una
solución populista y desastrosa. Para que las farmacéuticas no hagan negocios,
entonces le pedimos al estado que nos pague los antidepresivos.
Cuando uno empieza criticando el negocio uno no llega a la raíz del
problema que es, que el sufrimiento subjetivo no califica bajo ningún estándar
en lo que se puede llamar enfermedad. Se llega al problema capitalista del
negocio, como consecuencia de una critica médica. La radicalidad de la critica
no es criticar el abuso capitalista, la radicalidad es criticar específicamente
el modelo médico que hay detrás y meterse en el problema de la validación
científica de los saberes médicos, mostrando que los diagnósticos psiquiátricos
no tienen la menor valoración científica.
El problema ya no es el que enunciaba Foucault, porque el problema ya no
es el encierro y el disciplinamiento, el problema es que actualmente la droga
psiquiátrica actúa como una suerte de cárcel cuerpo por cuerpo.
A propósito del sobrediagnostico y el DSM-IV, es
posible encontrar hasta en Wikipedia catálogos con categorías diagnosticas para
toda clase de patologías. Revisando estos documentos, me sorprende que se
mencionen como síntomas de trastornos bipolares o bordeline, por ejemplo, “la
sensación de soledad”, o de “vacío” o “inutilidad”, cuando en el fondo estos
parecen más síntomas de los tiempos que de una enfermedad.
El trastorno bipolar no existe, el Límite de la personalidad tampoco. La
capacidad diagnostica de las categorías psiquiátricas es nula en el sentido
técnico, porque no logran distinguir problemas de subjetividad común, de
problemas que podrían ser asociados a problemas más graves.
Lo otro es la comorbilidad, que es que los síntomas de una enfermedad
supuesta se superponen, transformándose en una cuestión de azar caer en una
categoría o en otra, pero por esa misma cuestión de azar ten dan un medicamento
u otro. Los test de diagnostico que permiten establecer grados son un chiste,
no cumplen con el menor estándar de validación científica.
En ese sentido se ha denunciado por todos los canales, todo el sistema
diagnostico psiquiátrico DSM y el CIE 10, en que se refieren a los trastornos
psiquiátricos directamente como enfermedades. Todo ese sistema es objetable. No
se ha podido establecer nunca una categorización medianamente de lo que se
llama esquizofrenia, por ejemplo. Eso pone a la población frente a un problema
general de sobre diagnostico. Donde por ejemplo, ahora está ¿de moda el
autismo, la bipolaridad y la depresión.
Pero debe haber algún fundamento ¿Cómo podrían
nacer ex novo?
Hasta hace 15 años el trastorno de personalidad bipolar era considerado
rarísimo, haba muy pocas personas en el planeta, todas confinadas en
manicomios, a las que se les consideraba bipolares. La industria farmacéutica
fomentó estudios y congresos en bipolaridad. Inundó el mercado académico sobre
este tema y empezaron a ver bipolaridad en todas partes. Actualmente se
diagnostica bipolaridad en niños de 5 años.
Una cosa que uno puede hacer es sacar el DSM IV, abrirlo en cualquier
parte y leer los síntomas. Ahí se puede notar que uno tiene eso, cualquier cosa
que aparezca descrita. Después si uno lo abre en otra parte, se da cuenta de
que también la tiene. Es la tendencia a identificarse. es exactamente el mismo
mecanismo que te hace creer en los horóscopos. Todos los diagnósticos del DSM
abundan en palabras inespecíficas como “suele”, o “frecuentemente”, sin
especificar la escala.
Hay cosas muy divertidas. En el trastorno esquizoide de personalidad,
uno de los indicadores que apoyan los criterios diagnósticos, dice: “las
personas que tienen este trastorno no suelen casarse” ¿Se podría decir que una
persona de 35 años que no esta casada, no suele casarse? ¿A que edad se podría
decir que una persona no suele casarse?. Son categorías escandalosas que no
cumplen el mínimo estándar científico.
Esta misma tendencia parece ser reproducida por los
medios de comunicación. Como que se propicia esta patologización y parece ser
que alcanza incluso a los niños ¿Cómo evalúa este proceso?
Hoy día en la Revista Paula y en la Revista Vanidades encuentras la
popularización del Manual y encuentras test que te preguntan ¿Es usted bipolar?
Y uno mismo se puede diagnosticar. Existe una enorme tendencia al
auto-diagnostico, a una autoconceptualización psiquiátrica de los problemas
subjetivos. La gente ha aprendido a referirse a su subjetividad con
características psiquiátricas, que son popularizadas por los medios de
comunicación.
Desde los años 80 en adelante te das cuenta que es demasiado obvio que
tienen psicólogos que asesoran las películas infantiles, que están en lenguaje
incluso explícitamente psiquiátrico.
Siempre recuerdo esa película que se llama Chicken Little, que es el
viejo mito del pollito que tiene miedo de que el cielo se le caiga encima.
Convierten la historia de Chicken Little en una historia de él con su padre y
parece una tipología perfecta del caso psiquiátrico: el pobre niño atormentado
por su padre que expresa eso con la angustia de que se le va a caer el cielo
encima. Hacia el final, hay una escena en que el pollito habla con el
padre y el problema se ve ya está resuelto. Pero sus amigos le hacen un gesto
con las manos, el gesto de que cierre la situación. El cierre es en lenguaje
psiquiátrico, el momento en que uno se abraza con la persona con la que tiene
problemas, por ejemplo. Entonces el lenguaje psiquiátrico está presente en una
película de niños: son un grupo de niños que hace recomendaciones terapéuticas
a uno de ellos que padece un típico trastorno. Este caso ejemplifica cómo hay
una popularización del lenguaje psiquiátrico que sirve para reconocer la propia
subjetividad como un conflicto médico.
¿Qué pasa con los psiquiatras?
Los psiquiatras cometen faltas flagrantes a la ética medica y el colegio
medico no tiene ninguna facultad jurisdiccional sobre estas faltas. Ademas, en
el gremio psiquiatrico hay una complicidad a toda monta para cubrirse las
espaldas entre ellos. No hay ningun psiquiatra critico en este pais. He tenido
estudiantes de la materia que van a preguntarme cómo dejar los antidepresivos,
en ese camino hemos buscado psiquiatras que apoyen el proceso de
desmedicalización y no hemos conseguido ninguno en este pais que se ofrezca a
apoyar este proceso. Ni siquiera profesionales formados en la tradicion antipsiquiátrica,
que puedan asisitir procesos largos y acompañados de desmedicalización. Nadie
se atreve, porque le tienen un pánico a algo que deberían aprender a manejar
que es la resaca de los antidepresivos.
Cuando la gente deja los antidepresivos se produce un desastre.
Actualmente se sabe que la relacion entre depresión y suicidio, tiene que ver
con que los depresivos dejas de tomar los medicamentos. En ese proceso de
resaca hay gente que se suicida y los psiquiatras en vez de buscar una
solucionn medica al problema, simplemente evaden, incluso los psiquiatras más
criticos se niegan a prestar asistencia médica a gente que voluntariamente pide
la desedicalización. Es una tarea fundamental para las escuelas de medicina.
Respecto a la relación directa entre política y
antipsiquiatría, me gustaría rescatar esa lectura de Foucault sobre las formas
de resistencia cotidiana. Ese mecanismo que tiene que ver con las formas de
todos los días de resisitir a las relación de poder y que no estaría en las
formas tradicionales sino, precisamente, en el cuestionamiento e intervención
de la vida diaria, de las prácticas de todos los días ¿Cómo piensa usted que es
posible hacer frente o resistir a estos discursos de psiquiatrización y
medicalización?
El 2011 estaba dando una charla en un liceo. En esa época yo todavía
hablaba en términos de “resistencias” y un niño que debe haber ido en segundo
medio levanta la mano y dice: “Oiga profe ¿Y por qué en vez de resistir tanto
no atacamos mejor? Fue una lección antifoucault fantástica.
Yo creo que lo que hay que hacer no es resistir, es atacar. En el ámbito
de la subjetividad atacar significa ponerse las pilas para recomponer vínculos
intersubjetivos, redes de apoyo subjetivos. No hay que resistir y menos en el
cuerpo porque es individual. Hay que atacar y enseguida en grupo, nunca solo. Y
el lugar donde no hay que partir nunca es la familia, porque normalmente los
problemas tienen su origen en la descomposición de la institución familiar. Hay
que hacer grupos de apoyo.
Cuando la gente se convierte en activista de su problema tiene mas
posibilidades de enfrentarse a él. Grupos de pares donde reconocerse. De
acuerdo con la gravedad del agobio, hay que encontrar pares en el problema
mismo: los deprimidos con los deprimidos y todos los niños víctimas de bullyng
y que canalicen su ira objetiva -el bullyng es un problema objetivo, a los
niños les están haciendo daño-, a través del activismo de su diferencia. Decir:
“Acá estamos bailando cumbia los que decían que éramos deprimidos”, “Aquí
estamos diciendo si y al mismo tiempo diciendo no, los que se suponía que
éramos bipolares”.
Aquello por lo cual fueron estigmatizados se convierte en un signo de
identidad. Que las personas agobiadas se junten entre ellos, porque así uno se
da cuenta que el problema no es de uno, sino que le ocurre a un montón de
personas más y que depende de un montón de otros factores que no son
responsabilidades de ellos. Lo que tienen que hacer los deprimidos es juntarse
entre ellos para darse cuenta de que la depresión es una construcción, que
ellos son víctimas de haber sido categorizados como deprimidos.
La contención intersubjetiva es una estrategia de defensa política en
una sociedad que ha hecho todo lo posible por individualizarnos, por separarnos
como individuos. Hace 50 años esto era una cuestión de sentido común, pero como
ahora estamos psiquiatrizados hay que recomendarlo. Ahora, por otro lado, no
hay que categorizar como estrategias terapéuticas estas prácticas porque
precisamente son estrategias antiterapéuticas, destinadas a que el sujeto asumo
que su problema no es un problema subjetivo, de que si se siente agobiado tiene
razón para estarlo.
Fuente: Diario Uchile
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