domingo, 10 de septiembre de 2017

EDITORIAL DE HACIENDO CAMINO DE AGOSTO

¿CÓMO SE INICIA UNA GUERRA?
Hoy con el enorme avance tecnológico en las comunicaciones, por medio de los distintos medios escritos, radiales, televisivos o informáticos, podemos ver los horrores de las guerras en vivo y en directo. Podríamos decir que casi nos estamos acostumbrando a convivir con el sufrimiento de muchos pueblos del mundo ocasionados por las contiendas bélicas y terroristas, cosa que quizás nos insensibiliza con esta brutal realidad que padecen estos hermanos y hermanas nuestros. En muchas ocasiones a estas verdaderas masacres humanas nos las disfrazan de “daños colaterales”, contemplamos así atónitos las imágenes del bombardeo de un hospital, una escuela o una población civil.
Pero a pesar de todo esto las guerras no son un invento del siglo XXI, si recorremos la historia de la humanidad podremos comprobar que las desavenencias entre los pueblos y naciones existen desde que el ser humano habitó en la tierra. Así nos vamos enterando de las sangrientas batallas que llevaron a cabo distintos imperios para conquistar territorios y someter a sus poblaciones, siempre de una manera brutal e inhumana, cuyo objetivo fue, es y será económico, ya sea para apropiarse de tierras o recursos naturales y por supuesto el sometimiento a la esclavitud (mano de obra barata) de los pueblos conquistados.
Quizás a algunos nos resulta inexplicable como con tanto progreso científico y cultural que ha efectuado la humanidad a través de tantos años de existencia, aún hoy no hemos logrado convivir pacíficamente. Los conflictos no siempre son a escala de enfrentamientos entre países, podemos observar cotidianamente como se dan los mismos dentro de nuestra propia familia, en el barrio, en las diversas instituciones sociales, etc. ¿Acaso la raza humana ha sido creada para la enemistad y la pelea?

El profesor del Colegio Mundo Montessori, Pablo Lipnizky decía en ese sentido: “Todo el mundo habla de la paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia y la competencia es el principio de cualquier guerra”. En eso tiene razón porque todos los días escuchamos y pronunciamos frases como: “Estudiar para hacer alguien en la vida”. Entonces hay que estudiar para pasar el examen, hay que realizar la tarea para obtener buena nota, hay que memorizarse conceptos para pasar de grado… Y así, los alumnos realizan actividades sin interés propio, se convierten en números, en calificaciones, en estadísticas.
El investigador de neuropedagogía Carlos Jiménez, afirma que las escuelas y los colegios de América Latina no son más que espacio de tedio y aburrimiento porque son lugares de adiestramiento, donde los niños aprenden a formarse en un determinado sitio inmediatamente después de que suena un timbre.   
En Atenas, los colegios eran lugares de reflexión y diálogo. Sin embargo, entre el siglo XVIII y XIX en Prusia, durante el despotismo ilustrado se creó el concepto de educación pública, gratuita y obligatoria. Dicho modelo fomentaba la disciplina, la obediencia y el régimen autoritario, para así formar pueblos dóciles y obedientes que fueran capaces de enfrentar la guerra. Pero elevaba la bandera de la igualdad aunque su objetivo fuera mantener la división de clases existentes.
Por otro lado, la competencia que se genera entre los alumnos alimenta la desigualdad. Nacen ganadores y perdedores. Hay premios y castigos. Los niños entran en una guerra continua donde olvidan los valores humanos aprendidos.
Consideramos que debe haber un equilibrio entre la libertad del alumno y la autoridad del profesor. Pues no es necesario que todos quieran y hagan lo mismo de buena manera, porque se generaría una escolarización lineal que no individualiza y exige de más provocando estrés y fastidio.
Decía Aristóteles, “Lo que tenemos que aprender, lo aprendemos haciendo”.
El proceso de aprendizaje debe disfrutarse y desarrollarse por propia voluntad y curiosidad. El profesor tiene la tarea de señalarle al alumno diversas situaciones, pero es el alumno quien elige y se autocorrige si comete algún error. Pues de ser diferente se generarían robots con objetivos que hacen énfasis en resultados precisos.
Debemos intentar generar una educación centrada en el amor, el respeto, la libertad y el aprendizaje. Pues la educación tradicional actual se caracteriza por ser estática, sin movimiento, no busca otro desarrollo, sino centrarse en seguir planes y programas; es una educación donde el profesor es la figura, y el conocimiento solamente se reproduce, imita y repite.
Los periodistas como docentes deberían reflexionar sobre este tema y preguntarse si están haciendo lo correcto en el ámbito en que se desenvuelven.
Competencia y discriminación.
En la medida en que vamos practicando la competencia con el otro o los otros, paralelamente vamos desarrollando un espíritu discriminador que va agigantando la brecha con nuestro prójimo, viendo en el otro no a un hermano sino a un competidor. Esto se da tanto en el ámbito educacional, profesional e ideológico.
Estos dos elementos perturbadores de la convivencia pacífica donde el respeto hacia los demás se va convirtiendo en una rivalidad teñida de fanatismo, hace que se empiecen a visibilizar distintos conflictos sociales que van formando una horda salvaje de individuos que puede no tener límites en sus consecuencias. Como ejemplo palpable y conocido por casi la totalidad de la sociedad, podemos citar al deporte en su conjunto, donde al igual de lo que comentamos más arriba respecto a la educación: hay que entrenar para pasar a la otra ronda, hay que realizar la tarea para obtener un buen resultado, etc.
La actividad deportiva trasciende al deporte en sí, y vemos la aparición de “las barras bravas” y otras expresiones del fanatismo, siempre ligado a la competitividad a la que se agrega el factor de beneficio económico.
También es cotidiano escuchar la discriminación que tenemos hacia aquellos que son distintos a nosotros, sea por el color de su piel, su nacionalidad o su nivel económico. Hasta donde somos discriminadores que en nuestra propia carta magna, la Constitución Nacional tenemos un artículo, el 25, que reza: “El gobierno federal fomentará la inmigración europea; y.………..”. Artículo original del texto de 1853 y, después de 141 años se mantuvo igual en la reforma de 1994. 
Esta nota quiere ser una simple reflexión sobre los conflictos en la sociedad, su violencia y las consecuencias que acarrea para la humanidad en su conjunto. No olvidemos que para que haya guerra debe existir un enemigo y a ese enemigo hay que odiarlo para poder combatirlo, así vemos como se demoniza a grupos, países, etc. y las artimañas mediáticas, políticas y culturales que se utilizan para inculcar el odio al que nos llevan la competencia y la discriminación.
Analicemos lo peligroso que es la frase pronunciada por la ministra de seguridad de la Nación respecto al reciente conflicto con los pueblos originarios del sur: “El conflicto lo debemos resolver entre los argentinos y los mapuches”, ya estamos visualizando un antagonista distinto a nosotros, ya vamos creando las bases para considerarlo un enemigo, qué pena desperdiciar la democracia de esta manera.
Hasta el próximo número.

La Dirección

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