HONRAR LA VIDA
¿Nos hemos preguntado alguna
vez, quizás más de una, para que vivimos? Iniciaremos esta reflexión con
algunos conceptos vertidos por el psicólogo Alfredo Moffat:
“La
negación de la edad es una tontería. Yo tenía miedo a esta etapa que empieza
después de los sesenta años. Ahora, que más o menos estoy instalado en ella
(tengo setenta y tres años), me doy cuenta que se me ha simplificado la vida, y
la mayor parte de las cosas que antes me preocupaban, ahora creo que son
boludeces, pero quedó lo esencial: el amor, los hijos, la justicia social, la
solidaridad (y también el dulce de leche y la crema chantilly…). Esta edad no
está tan mal, el tema de la muerte siempre angustia, pero yo creía que iba a
ser peor. Es una tontería hacerse el pendejo, fíjense si tuviera que ir al
gimnasio, sería todo un laburo y no podría gozar de esto de hacerme el
filósofo. Cuando cumplí sesenta años hice una fiesta en la Escuela. Y dije:
tengo dos caminos, o me convierto en un viejo sabio, o en un viejo pelotudo. Lo
último me pareció aburrido. Cuando no asumís la edad, no gozas ni la una ni la
otra. El temor a la vejez hace que la ocultemos, que sea considerada como algo
indigno, a ocultar en un geriátrico porque ya no servimos más.
Acá
en la Argentina tenemos la cultura de Mirta Legrand, pobre Mirta, para
conservar la juventud debe usar una máscara de cirugía y no está gozando de esa
edad.
Cuando
estuve en Estados Unidos había una actriz que había sido muy famosa, Bette
Davis que ya estaba muy viejita y tenía el rostro con las arrugas del tiempo.
Era conductora y tenía programa muy respetado, en el que podía decir cosas
sabias, porque estaba cómoda en esa edad, era creíble.
Se puede estar en cualquier edad, setenta, ochenta años, y el que tiene un proyecto se aleja de la muerte. Eso lo vi en Pichón (Riviere) anciano él decía: “la muerte está tan lejos como grande sea la esperanza que construimos”, el tema es la construcción de la esperanza. ¿Cómo la podés construir?, si esa historia tiene sentido y se arroja adelante como esperanza.
Padres
que no le tienen miedo a la muerte hacen hijos que no le tienen miedo a la
vida”.
Hemos escuchado y repetido muchas veces que el ser humano debe dividir las 24 horas del día en: 8 para el trabajo, otras 8 para el descanso y las 8 restantes para el tiempo libre (recreación, ocio creador, etc.), desde un plano metafórico sería un ideal perfecto. Al hablar de trabajo nos estamos refiriendo al tiempo dedicado a la obtención de ingresos para vivir, abarcando también el costo que demande el espacio de entretenimiento. Pero también es cierto que desde hace muchísimos años los trabajadores, que conforman la mayoría de los seres humanos a que nos referíamos, vienen luchando por conseguir la jornada de 8 horas, en lugar de las agobiantes tareas realizadas de sol a sombra. Si bien se ha avanzado sobre el tema, esa lucha continúa aún en nuestros días, a pesar de todos los manifiestos, declaraciones, documentos internacionales y constituciones de muchos países. Escuchamos asombrados como en la actualidad se descubren almas que son mantenidas en forma de trabajo esclavo por sus patrones, oímos también sobre los cada vez más frecuentes casos de trata de personas, en especial mujeres que son incorporadas al mundo de la prostitución, no siendo ajenos muchos de ellos con niños y niñas y también varones en este menester. Todos estos seres son explotados a tiempo completo lo que deja muy distante la perfección ideal del reparto horario de la jornada.