¿PODEMOS LIBERARNOS DEL PODER FINANCIERO?
En varias oportunidades, desde este espacio, nos
hemos referido a ese flagelo que azota a toda la humanidad: “la injusta
distribución de la riqueza”. Hemos analizado las actitudes de los formadores de
precios, también lo hicimos considerando la desmedida ambición por la
acumulación de bienes, etc., etc. Hoy queremos abarcar un factor que
consideramos realmente inmoral en las relaciones económicas que se dan dentro
del llamado “mercado capitalista neo-liberal”, un espacio donde se percibe con
mucha claridad la preponderancia del individualismo, que lo convierte
automáticamente en “mercado del egoísmo”. Refiriéndonos con esto al poder
financiero.
El mismo está íntimamente hermanado con la usura,
tópico que también hemos abordado en esta columna en varias ediciones. En
octubre de 2013 expresábamos al respecto: Una de las formas más
cuestionada y aberrante de acumulación egoísta es la usura, que fue desde la
antigüedad repudiada por la sociedad intentándose casi siempre de legislar para
regular la actividad de los despiadados prestamistas, que aprovechándose de la
necesidad de quien solicita el crédito, aplican tasas muy elevadas que muchas
veces no pueden pagarse, lo que pone en riesgo no solo la economía de la persona,
sino también su integridad física por las formas que utilizan estos prestadores
de dinero para cobrar lo pactado aprovechando la indefensión de quienes
requieren de estos “servicios” financieros.
En castellano para referirnos a estos créditos usurarios recurrimos a la figura del león, en referencia a que por su fuerza impone su voluntad en la selva. Los norteamericanos en cambio grafican mucho mejor el tema refiriéndose a la voracidad del tiburón. Éste ataca despiadadamente a sus víctimas y el matar y devorar seres humanos es para él un festín apreciado. Por el contrario, al rey de la selva lo envuelve cierta aureola de nobleza. Sin dudarlo, los desalmados prestamistas usureros (personas, bancos o países) se parecen más, en sus ansias destructivas y depredadoras, al tiburón de los mares que al león de las selvas.
“Shakespeare nos presenta en ‘El mercader de Venecia’ a Shyloch como el tipo usurero por antonomasia. Shyloch, el prestamista, vive obsesionado por ganar dinero y para ello esquilma despiadadamente a los necesitados con intereses exorbitantes. La dureza del corazón, la crueldad, el ansia insaciable de lucro, aun a costa del hambre, de la miseria y de la muerte de sus víctimas, son los rasgos típicos del espíritu de Shyloch. La figura de Shyloch, del gran dramaturgo inglés, es el símbolo más apropiado para analizar el comportamiento, en el momento actual, de los grandes bancos internacionales y de los países industrializados. Han variado los procedimientos del despojo y la condición y el número de las víctimas, pero es la misma avaricia la que dicta sus normas de conducta. Ahora ya no serán contadas personas particulares las explotadas y expoliadas de una manera inmisericorde. Serán millones de personas, que ni siquiera llegan a percibir, en la mayoría de los casos, de quién es la mano que les despoja de sus bienes más elementales, quienes sufrirán sus desastrosas consecuencias.” (1)