Centros
de contaminación, una variante de los
paraísos
fiscales
Por Antonio Elio
Brailovsky
LOS PARAÍSOS FISCALES
A
principios de 2016, una gran cantidad de líderes políticos del mundo
aparecieron en listados que los mostraban invirtiendo en empresas radicadas en
el extranjero, principalmente en Panamá. Muchos de esos líderes estaban
pidiendo grandes esfuerzos a sus pueblos para mejorar sus economías nacionales,
de modo que les costó explicar por qué invertían su propio dinero en el
exterior.
Una peculiaridad de las empresas en las que nuestros políticos invierten es que
no producen nada: son carpetas que controlan a otras empresas en otros países,
que a su vez controlan a otras también en países diferentes y así
sucesivamente, hasta que el rastro se pierde. Tal vez algún día sepamos si
nuestros dirigentes compraron fábricas o campos, centros comerciales o
compañías de seguros en algún territorio reconocible. Mientras tanto, sólo
tenemos los nombres de algunos países intermediarios de los que no sabemos casi
nada. ¿Dónde quedan Nauru, Palaos, Isla de Saba, Herm, Tokelau o Tristán de
Acuña, países a quienes llamamos paraísos fiscales?
En otro lugar[1], he definido a los paraísos fiscales como "ciertos
países en desarrollo, que ofrecen beneficios desusados al inversor extranjero,
a cambio de la utilización de su territorio como base para operaciones
comerciales y financieras varias".
Las razones que pueden llevar a un país a elegir este camino son complejas y
variadas; su comprensión puede ayudar a entender la perspectiva de los centros
de contaminación[2].
• En primer lugar, un
paraíso fiscal tiene habitualmente un importante desequilibrio en su dotación
de factores productivos. Al respecto, es característico el exceso de población
en relación con el capital local disponible. Es el caso evidente de Hong Kong,
a lo que se agrega su condición portuaria, que le permite abastecer de
productos manufacturados a las naciones más desarrolladas. Se ofrece al
inversor extranjero mano de obra barata para la radicación de industrias
intensivas en la utilización del factor trabajo, además de amplias facilidades
impositivas (es también el caso de Singapur).
• En segundo lugar,
puede existir una posición geográfica favorable a menudo combinada con el
aspecto anterior, del desequilibrio de factores productivos. El caso más
notorio es el de Panamá país cuyas limitaciones resumió un ministro de Comercio
e Industria local de esta manera: "En primer lugar, las alternativas de
inversión están disminuidas por no contar Panamá con un mercado amplio para
acometer una producción en gran escala que sustituya las importaciones. También
escasean los capitales y el financiamiento de largo plazo". Ante estas
dificultades, Panamá actuó ofreciendo facilidades para el cruce del Canal a los
buques que llevaran su bandera, con lo cual logró la inscripción de una de las
principales marinas mercantes del mundo. El aporte impositivo de cada uno de
estos buques es reducido, pero el del conjunto de ellos se hace elevado.
Las ventajas vinculadas con la posición geográfica pueden llegar a ser
sugestivas. Por ejemplo, varios bancos multinacionales han establecido
sucursales en diversos paraísos fiscales teniendo en cuenta los husos horarios.
Esto significa que al cerrar una sucursal, se giran inmediatamente fondos a
otra, y así sucesivamente, con lo que el dinero —o la imagen del dinero— puede
dar la vuelta al mundo mientras sus dueños duermen.
Una situación similar a la anterior es la de un país que puede ofrecer
condiciones políticas favorables. Fue el caso del Líbano, en el período
anterior a la guerra civil. Denominado la "Suiza del Medio Oriente",
este país poseía instituciones que parecían estables y tenía relaciones
razonablemente buenas con sus vecinos en un área altamente conflictiva. Esto
posibilitaba a las entidades financieras multinacionales su utilización como
sede regional. Al recuperarse las condiciones políticas, el Líbano volvió a su
antiguo rol.
• Por último, quizás
el principal factor que lleve a un país a elegir el camino de paraíso fiscal
sea la ausencia de recursos naturales. Bahamas, Bermudas, Nuevas Hébridas,
Islas Caimán, Isla de Man, Antillas Holandesas, poseen una población escasa, un
territorio relativamente reducido, carecen de yacimientos minerales importantes,
de industrias, de praderas. Su principal recurso es la existencia de un estado
nacional. Es decir, la existencia de un orden político, que les permite ofrecer
ciertas condiciones básicas al capital extranjero.
Esas condiciones comenzaron siendo impuestos más bajos que los de otros países.
Después agregaron lo que hizo Suiza para recibir las enormes fortunas robadas
por los nazis: el secreto bancario. Con esa llave, los paraísos fiscales
pasaron a ser países donde nadie pregunta quién es el dueño del dinero ni cómo
se las arregló para ganarlo. El negocio funcionó. La Argentina lista 87 países
con esas características.
Al respecto, Nicolás Shaxson señala que los “paraísos” más famosos —pequeñas
islas o países montañosos— son la punta del iceberg de algo poco conocido: la
existencia de todo un sistema extraterritorial de jurisdicciones
confidenciales dedicado a maximizar la libertad de movimiento y
acción, y los beneficios, y a minimizar el riesgo inversor y la responsabilidad
legal de las fortunas personales, de los agentes financieros y las empresas
transnacionales de gran magnitud, régimen del que asimismo se benefician el
terrorismo, el crimen organizado, los dirigentes políticos y los altos
funcionarios corruptos, y los servicios de inteligencia de todo el mundo[3].
La casi totalidad de las grandes empresas del mundo, los políticos corruptos y
los jefes del crimen organizado utilizan estos paraísos fiscales.
LOS CENTROS DE CONTAMINACIÓN Y LA
NUEVA DIVISIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO
A medida que aumentaron los costos de control de la contaminación en los países
centrales, se hizo necesario introducir algunos cambios para evitar esos
desembolsos crecientes. Esos cambios pasaron por una revisión del esquema de
división internacional del trabajo. La actual fase de desarrollo de la economía
internacional parece haber superado el viejo y simplificado esquema que
asignaba la producción de materias primas a los países de la periferia y la de
manufacturas a los países centrales. La tendencia actual parece ser mucho más
compleja y no puede reducírsela a un modelo simplificado.
Un estudioso de los problemas de los países andinos señaló ya en 1980 que
"las industrias de alta tecnología se localizan en los países más
desarrollados, dejando para los subdesarrollados una tecnología atrasada y de
mayor contaminación ambiental. Así, hemos visto que la inversión foránea con
sus factorías y plantas vician el medio ambiente de los ríos y lagos,
atmósfera, campos y ciudades, arrojando desperdicios que poco tiempo después
producirán daños irreversibles. En el futuro, el desembolso económico, por la
razón anotada, será doblemente mayor que los beneficios que se pretende recibir
por impuestos y participación de las utilidades de la inversión extranjera''[4].
En Argentina, la enorme fábrica de aluminio localizada en Puerto Madryn se hizo
con una forma de producción que, por la contaminación que genera, ya era
obsoleta en Italia cuando la construyeran con tecnología de ese país.
Las recomendaciones de transferir las industrias "sucias" al Tercer
Mundo sé han convertido casi en un lugar común en la literatura sobre economía
internacional en las últimas décadas. La primera de ellas apareció en un
informe de un grupo de expertos convocados por el Secretario General de las
Naciones Unidas en 1972, quienes recomendaron que debía buscarse "la
oportunidad de reubicar en los países en desarrollo las industrias que producen
contaminación''[5].
Más adelante, un economista como Luciano Tomassini señaló que "los países
subdesarrollados deberían estar, preparados para aceptar nuevas fuentes de
contaminación siempre que ello vaya acompañado de nuevas inversiones
adicionales y más altos niveles de desarrollo"[6]. Vemos en este párrafo
la tradicional confusión entre crecimiento y desarrollo. Como si pudiéramos
llamar desarrollo a un incremento del cáncer, las malformaciones genéticas o
los "accidentes" como el de Bhopal.
En un estudio de CEPAL sobre América Latina en la década del '80, se afirma que
"el aumento de las necesidades de inversión y de los costos en países
desarrollados, por políticas de protección ambiental aplicadas con un rigor
cada vez mayor por sus gobiernos, aumentan el interés de las empresas en
desarrollar ciertos sectores (por ejemplo, los químicos y metalúrgicos) en
países en desarrollo"[7]. Pero en vez de preguntarse por qué los países
desarrollados aplican políticas cada vez más rigurosas de control ambiental,
los economistas de CEPAL sólo ven la oportunidad de recibir algunas de esas
inversiones rechazadas del Primer Mundo.
Hasta los Jefes de Estado de los países no alineados opinaron lo mismo, ya que
declararon que "no se debe permitir que los gastos adicionales propios de
los programas relativos al medio ambiente impidan la satisfacción de las
necesidades más fundamentales de los países en vías de desarrollo"[8].
Como la más fundamental de esas necesidades es la ocupación, se infiere que
fábricas que puedan generar desastres ambientales son una especie de mal
necesario, ya que la prioridad es la satisfacción de esas necesidades. La
frecuente afirmación de que “la peor forma de contaminación es la pobreza”
tiende a justificar otras formas de contaminación que afecten la salud humana y
la de los ecosistemas.
Del mismo modo, especialistas de la Comunidad Económica Europea recomendaron
instalar fábricas en los sitios en los que se obtienen las materias primas, en
vez de llevar esas materias primas para procesar en Europa. "El desarrollo
del procesamiento in situ —dijeron— es un fenómeno inevitable y es mejor
acompañarlo que oponerse a él". Y agregaron que "una amplia gama de
actividades de primer orden relativamente contaminantes serán, en los países
industriales, contradictorias con las restricciones impuestas por la protección
ambiental"[9].
En
varios de estos textos, se utiliza en forma implícita o aún explícitamente la
noción de ventaja comparativa. Usada por Adam Smith y David Ricardo para
justificar el reparto de roles en el mundo a comienzos de la Revolución
Industrial, ahora aparece para definir al Tercer Mundo como lugar de
localización de las industrias de alta peligrosidad.
A veces no se habla solamente de la contaminación, sino también de otros
fenómenos como la congestión o la saturación del espacio en las áreas
industriales de los países centrales. Por ejemplo, un estudio de ONUDI señala
que: "Al parecer, los dos problemas analizados —contaminación y
congestión— hacen aconsejable, en distinta medida, desplazar hacia los países
en desarrollo las inversiones que hayan de efectuarse en ciertas industrias.
Esta reorientación de la corriente inversora sería más marcada en las
industrias para las que pudiera resultar más ventajoso tener en cuenta los
factores ambientales, por sí solos o combinados con otros que también favorecen
a los países en desarrollo (mano de obra, materias primas)"[10]. Si éstas
son las cosas que "favorecen a los países en desarrollo", nos cuesta
trabajo imaginar aquéllas que los perjudican.
En 1991, un memorando del Banco Mundial (luego desmentido por sus autores de un
modo muy poco convincente) sugería enviar las industrias más contaminantes a
países del Sur, donde ayudarían a paliar la pobreza y el desempleo[11].
El hecho es que se favorece a los países periféricos proponiéndoles utilizar
como ventaja comparativa un ambiente natural y humano susceptible de ser
degradado. En consecuencia, se considera razonable su especialización en la
producción de bienes que, en vez de ser intensivos en tierra, capital o mano de
obra, tengan la particularidad de ser intensivos en contaminación. Es decir,
que tengan como subproducto necesario la generación (y a menudo la difusión) de
desechos tóxicos.
Si
bien la propuesta se formula en términos genéricos hacia los países del Tercer
Mundo, en realidad se trata de crear determinadas áreas que actúen como
receptoras de industrias peligrosas. Sabemos que la industria no se radica en
cualquier parte, que requiere una serie de condiciones en materia de
infraestructura, accesibilidad, disponibilidad de mano de obra y materia prima,
etc. Se trata de crear áreas con esas condiciones, en las que, además, puedan
ubicarse las fábricas rechazadas de las naciones industrializadas. Llamaremos a
esas áreas centros de contaminación y nos interesa señalar sus semejanzas y
diferencias con el rol que cumplen en la economía internacional los llamados
paraísos fiscales.
Vale la pena comparar estos elementos con los requisitos que aparecen como
necesarios para la existencia de un centro de contaminación:
• Debe mantenerse la
desproporción de factores productivos que le permita ofrecer mano de obra
barata. Países como Hong Kong y Singapur parecen cumplir ambas funciones en la
economía internacional. Hasta ahora, este requisito parece necesario. Es
difícil que una empresa acepte radicarse en un descampado sin mano de obra
disponible, con el sólo incentivo del permiso para contaminar.
• La pobreza,
la falta de controles y la corrupción política son factores significativos.
Ghana ha aceptado ser el basurero de residuos electrónicos de gran parte de
Europa por esas razones.
• A diferencia de los
paraísos fiscales puramente financieros, los centros de contaminación deben
poseer determinados recursos naturales cuyo deterioro puedan ofrecer al capital
multinacional. Tales recursos no deberían ser tan abundantes como para
posibilitar un desarrollo que apunte a un aprovechamiento más racional de
los mismos. Este esquema es válido, tanto a escala internacional, como a escala
regional de un país. Por ejemplo, determinadas zonas del Brasil pueden actuar
como centros de contaminación, pero no puede afirmarse que el modelo de
industrialización brasileño se base íntegramente sobre dicho esquema.
• Al igual que en los
paraísos fiscales, la ventaja comparativa de los centros de contaminación se
vincula con la existencia de un estado nacional dispuesto a efectuar a las
corporaciones multinacionales determinadas concesiones que no efectuarían otros
estados. Ese estado aparece con algunas diferencias con respecto al de un
paraíso fiscal.
En efecto, la estructura de participación política de un país parece no tener
una vinculación demasiado estrecha con su carácter de paraíso fiscal. Suiza
puede ser un paraíso fiscal para las actividades financieras, e inclusive puede
ser refugio para fondos originados en cualquier operación delictiva. Pero su
estructura política democrática le impide convertirse en un centro de
contaminación.
Estos centros requieren condiciones políticas fuertemente autoritarias, en la
medida que la actividad contaminante genera graves consecuencias sobre la salud
y la vida de la población. Países como Indonesia poseen este tipo de
estructuras políticas. El modelo de expansión de China se basó en combinar un
sistema político altamente represivo con la autorización a las industrias
multinacionales y locales a realizar cualquier atrocidad ambiental. También
China demostró la alta movilidad del capital industrial (lo que antes sólo se
veía en el capital financiero) al mudar industrias contaminantes de unas a
otras provincias de ese país, en función de la permisividad ambiental.
Ambos modelos puede combinarse. Un paraíso fiscal es el sitio ideal para ubicar
la sede de empresas que contaminarán otros países, ya que será más difícil
perseguirlos judicialmente en caso de desastre. Por ejemplo. El 15 de enero de
1999, en las costas del Río de la Plata, se produce el mayor derrame de
petróleo sobre agua dulce ocurrido en el mundo, por la colisión del buque
petrolero Estrella Pampeana, de Shell con otra embarcación. A pesar de su
nombre, de su tripulación totalmente argentina y de llevar petróleo del país,
el Estrella Pampeana tenía bandera liberiana, lo que parece
haber facilitado las cosas a la empresa en el post desastre.
Un caso particular es el de los territorios coloniales, Muchas colonias son
potencialmente utilizables como centros de contaminación, ya que la estructura
de poder tiende a representar los intereses de la metrópoli antes que los de la
población local. La conducta de las empresas químicas y farmacéuticas
norteamericanas radicadas en Puerto Rico es un ejemplo de cómo hacer allí lo
que no podrían hacer en su propio país[12].
Esto nos lleva a un aspecto adicional. Un centro de contaminación es un lugar
de muy alta vulnerabilidad. Por su misma naturaleza, está siempre al borde de
alguna catástrofe, las que no pueden evitarse con un control de las industrias,
ya que es precisamente por la ausencia de control que esas fábricas están allí.
En tales condiciones la aparición de la catástrofe es sólo cuestión de tiempo.
[1] Brailovsky, Antonio
Elio: Los Paraísos fiscales, en revista "Competencia",
Buenos Aires, agosto de 1977.
[2] Brailovsky, Antonio
Elio: Los centros de contaminación, un variante de los paraísos
fiscales, en Realidad Económica, Nº 62, primer bimestre de 1985.
[3] Shaxson, Nicholas:
Las islas del tesoro. Los paraísos fiscales y los hombres que se
robaron el mundo, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2014
[4] Barriga López, Leonardo: El
Grupo Andino y las Transnacionales, Ed. Temis, Bogotá, Colombia, 1980.
[5] El Desarrollo y el Medio
Ambiente, informe preparado por un grupo de expertos convocados por el
Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Humano, Founex, Suiza, 4-12 de junio de 1972.
[6] Tomassini, Luciano: Implicaciones
Internacionales del Deterioro Ambiental, en revista Estudios Internacionales,
Santiago de Chile, 1973.
[7] CEPAL: América Latina
en el Umbral de los años 80 (E/CEPAL/ G. 1106), noviembre de 1979.
[8] Programa de Acción para la Cooperación
Económica. Declaración de la IV Conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno de
los Países no Alineados, Argel, 5-9 de noviembre de 1973. En revista
"Política Internacional", 20/11/1973, N° 563, Belgrado, Yugoslavia.
[9] Comunidad Económica Europea:
Note d'Information, P-40, Bruselas, mayo de 1980.
[10] Estudio del Desarrollo
Industrial, volumen especial para la Segunda Conferencia General de la
ONUDI, Lima, 12-26 de mayo de 1975.
[12] Brailovsky, Antonio
Elio: El negocio de envenenar, ensayo sobre sustancias tóxicas e
industrias peligrosas. Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1988.
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