sábado, 16 de junio de 2012

BOMBARDEO A PLAZA DE MAYO


Entre la espada y la cruz (autor anónimo)
Hace 57 años ya, un jueves frío y gris, la Plaza de Mayo se convertía en un escenario sangriento: a las 12:40, un avión Beechcraft, piloteado por el capitán de Fragata Néstor Noriega, inicia el bombardeo que se continuaría hasta casi las seis de la tarde, dejando un saldo de muerte y destrucción nunca antes vivido por los argentinos
El objetivo principal del grupo cívico militar era asesinar a Perón para lo cual dejaron caer sus bombas sobre la población civil reunida en la plaza, sobre un trolebús lleno de pasajeros, el edificio del Ministerio de Hacienda, el Banco Hipotecario, la Casa de Gobierno; cerca de la residencia presidencial, en Las Heras y Pueyrredón: los alrededores de la CGT en la calle Azopardo, siempre sobre la calle, impunemente, sobre las personas que caminaban. 

Perón dice: Ni un solo obrero debe ir a la Plaza de Mayo. Estos asesinos no vacilarán en tirar contra ellos. Ésta es una cosa de soldados. Yo no quiero sobrevivir sobre una montaña de cadáveres de trabajadores. 

La Argentina de 1955, gobernada por Juan Domingo Perón, tenía una participación de los trabajadores en el PBI (Producto Bruto Interno) cercana al 53 por ciento, el porcentaje más alto de distribución del ingreso de toda Latinoamérica y la oposición sabía que era imposible quedarse con el gobierno por la vía democrática. Sólo podían acceder al poder matando al General del Pueblo o a través de un golpe de Estado e implantando una dictadura feroz como lo hicieron tres meses después.
El jefe de los marinos era el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, quien sería el embajador en España de la “Fusiladota” y Luis María del Pablo Pardo había funcionado como enlace con el comandante del III Cuerpo del Ejército, el general León Bengoa. El ministro de Marina, contraalmirante Olivieri, futuro embajador ante la ONU, estaba al tanto del plan, secundado por su secretario Emilio Eduardo Massera, tristemente célebre por su responsabilidad en el golpe del 76’, por las desapariciones y la apropiación de niños. Pedro Eugenio Aramburu, futuro presidente de la Dictadura, apoyaba a Bengoa y, entre los civiles que conspiraban, estaban Miguel Ángel Zabala Ortiz, futuro Canciller del gobierno de Arturo Illia, Adolfo Vicchi, posterior embajador ante los EEUU, y Américo Ghioldi. Los asesinos, huyeron a Montevideo en donde pidieron asilo político. Algunos responsables, fueron juzgados y condenados a prisión.
El matutino Clarín del día siguiente, decía: Las palabras no alcanzan a traducir en su exacta medida el dolor y la indignación que ha provocado en el ánimo del pueblo la criminal agresión perpetrada por los aviones sediciosos.
La masacre fue silenciada a lo largo de los años a pesar de lo cual, contamos con los nombres de 364 muertos y cerca de mil heridos.
Este silencio de parte de los historiadores es similar, quizás un preanuncio de la figura del “desaparecido”: no existe cuerpo, no se sabe el nombre, no está, no existe. La represión historiográfica y sociológica contribuyó a que nuestros muertos fueran invisibles, a que se minimizaran los asesinatos, como en este caso, a mansalva y de población civil.
Ya llegó la hora de enhebrar los recuerdos, de hacer justicia con tantos inocentes mutilados y asesinados por manos que pretendieron ser anónimas. Por eso hoy queremos recordar a esos hombres, mujeres y niños que fueron víctimas del odio antiperonista.

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